Policía

Félix Gallardo, por Félix Gallardo II

Nació el 8 de enero de 1946, se hizo policía judicial a los 17 años y a mediados de los setenta se involucró en el narcotráfico. Especial
Nació el 8 de enero de 1946, se hizo policía judicial a los 17 años y a mediados de los setenta se involucró en el narcotráfico. Especial

“El escrito le apena por la calidad en comparación con lo que hacía antes, esto debido a sus problemas de la vista y al tener que escribir a escondidas y con prisas”, me explicó el hijo de Miguel Ángel Félix Gallardo al entregarme el manuscrito hecho por su padre entre 2008 y 2009 en el interior de la cárcel.

Tras revisar las 35 cuartillas pregunté a varios especialistas en el tema del narcotráfico si conocían alguna reflexión escrita en primera persona por un capo mexicano de la droga. Ninguno recordó que existiera tal antecedente en el país.

Estos diarios del Jefe de Jefes que obtuve ante la imposibilidad de entrar al penal a hablar directamente con él, comienzan relatando los días previos a la detención de Félix Gallardo. Sus captores, los superpolicías de la época, Guillermo González Calderoni y Javier Coello, protagonizan el relato inicial.

El entonces comandante de la policía judicial federal, González Calderoni, es descrito por Félix Gallardo como un amigo que lo traiciona por órdenes del subprocurador de la PGR, Coello Trejo. El 5 de febrero de 2003, González Calderoni, a quien se le vinculó con el cártel de Juárez, murió ejecutado en Texas, después de varios años de haber huido de México, donde enfrentaba cargos por el asesinato de los propietarios del café La Habana del Distrito Federal.

Por su parte, Coello Trejo, conocido como el Fiscal de Hierro, se retiró de la vida pública y, de acuerdo con notas periodísticas, puso un despacho de abogados en Chiapas, estado en el que llegó a ser secretario de Gobierno.

En sus apuntes, Félix Gallardo hace acusaciones y cuenta pasajes de sus días en el Reclusorio Sur de la Ciudad de México, donde permaneció tres años antes de ser trasladado al penal de máxima seguridad de Almoloya. Nunca se dice inocente y tampoco exige que lo liberen. Se queja en cambio de que sus propiedades le fueron arrancadas como un botín y relata el miedo que tuvo a ser ejecutado mediante la ley fuga.

El Jefe de Jefes, a veces sin avisar, pasa de un asunto a otro en los textos escritos en su celda. Lo mismo recuerda su presentación ante la prensa o diserta sobre el caso de Enrique Camarena, agente de la DEA asesinado en 1985; equipara su detención con la de Joaquín Hernández Galicia, la Quina, ocurrida, al igual que la de él, durante el comienzo del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, así como desvela que algunos policías, por mediación de Amado Carrillo, lo visitaban en la cárcel buscando que los ayudara a resolver crímenes famosos como el del periodista Manuel Buendía.

Almoloya es otro de los protagonistas en los diarios. La cárcel mexiquense lo mismo puede ser el lugar donde los internos discuten con el maestro de la Universidad Iberoamericana, Germán Plascencia, sobre el alzamiento del EZLN y la muerte de Colosio en 1994, que un sitio horrendo de donde nunca saldrá nadie con vida, y en el que hasta Raúl Salinas de Gortari puede padecer los mismos infortunios de los que se quejan los demás internos.

El Jefe de Jefes enseña parte de su árbol genealógico y lo compara con el de la familia Arellano Félix para rechazar el supuesto parentesco con los hermanos que dirigieron el cártel de Tijuana. A Sandra Ávila Beltrán, la Reina del Pacífico, asegura que nunca la conoció, contrario a lo que ella dice. Félix Gallardo reflexiona en sus escritos sobre la histórica lucha contra el narco desde los tiempos de la Operación Cóndor en los setenta, hasta la fecha, y hace sus propias recomendaciones para acabar con la problemática.

Vicente Fox, por quien votó esperanzada toda su familia, lo decepciona como presidente, aunque defiende también su papel en la fuga de Puente Grande de Joaquín el Chapo Guzmán, a quien evita mencionar por su nombre.

“Cuando nosotros los viejos capos…”, escribe con aire nostálgico en la penúltima hoja de sus diarios. Justo ahí cuestiona el hecho de que la justicia lo haya alcanzado a él y a otros de los suyos, como Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, pero no a los banqueros acusados de fraude, Carlos Cabal Peniche, Jorge Lankenau y Ángel Isidoro Rodríguez, el Divino. En ningún momento los diarios del primer hombre que organizó a gran escala el tráfico de cocaína a Estados Unidos son los de alguien que se declara ajeno al mundo de las drogas.

Nacido el 8 de enero de 1946, fue policía judicial a los 17 años y quedó asignado como escolta del entonces gobernador de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis. A mediados de los setenta se involucró en el narcotráfico, y en los ochenta su poder ya cobraba proporciones internacionales. Todavía en la década en que nació el Jefe de Jefes, los consumidores estadunidenses venían a México a buscar la droga directamente, no había intermediarios mexicanos importantes, relata el historiador sinaloense Froylán Enciso. De acuerdo con él, Alberto Sicilia Falcón, el cubanoamericano expulsado por la Revolución de Fidel Castro y que fue pareja de la actriz Irma Serrano, la Tigresa, es lo más parecido a un capo en la historia del narcotráfico previa a la aparición de Félix Gallardo.

Enciso, radicado en Nueva York, considera que Carlos Salinas de Gortari sabía que la sombra del fraude electoral de 1988 lo obligaba a ganar la legitimidad necesaria para gobernar, si ya no en las elecciones, por lo menos en el gobierno.

El tema del narcotráfico fue importante en ese aspecto. En los primeros años de su gobierno hizo golpes espectaculares contra líderes sindicales y policías corruptos, así como del mayor narcotraficante del sexenio de De la Madrid, el que manejaba el flujo de cocaína, el que se ganó el respeto de sus colegas, el que los funcionarios de la DEA catalogaban hasta de elegante: Miguel Ángel Félix Gallardo.

De lo que al parecer no quedan muchas dudas es de que durante los años siguientes a la detención del Jefe de Jefes en Guadalajara, el 8 de abril de 1989, surgieron los cárteles de la droga, por lo menos como artificio del discurso oficial.

A la fecha, los llamados cárteles protagonizan una enredada guerra entre sí y contra las corporaciones del Estado, la cual ha dejado más de 10,000 ejecuciones tan sólo durante los primeros dos años del gobierno de Felipe Calderón.

“¡Los amos del narcoterror!”, parece gritar el cabezal de la portada de la revista Alarde Policiaco, en su edición especial de abril de 1989, con motivo de la captura de Félix Gallardo. Rodeando el titular escrito con letras amarillas, aparecen fotografías del hondureño Ramón Mata Ballesteros, Rafael Caro Quintero, Juan José Esparragoza, el Azul, y el propio Miguel Félix Gallardo. En la portada se deja ver también un optimismo equivocado, algo común en la historia del tratamiento periodístico de las drogas ilegales: “Totalmente exterminado quedó el narcotráfico al ser capturado el zar de la cocaína, Miguel Ángel Félix Gallardo, quien ya se encuentra tras las rejas y haciéndole compañía a otros capos”. 

(CONTINUARÁ…)

Diego Enrique Osorno

*Fragmento del libro El cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco (Grijalbo)

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