Policía

Entre la realidad y la ficción

De Tavira en la fábrica abandonada de Marinos. JACOBO PARRA
De Tavira en la fábrica abandonada de Marinos. JACOBO PARRA

Debes entender que cuando escribes no estás inventando nada. Todo está ahí y solo tienes que encontrarlo.  

Thomas Harris

Algo que el actor hace despierto, los demás solo nos atrevemos a hacerlo dormidos, me dice Luis de Tavira en la fábrica abandonada de Marinos. El silbato estruendoso de un tren interrumpe la grabación de la entrevista y el crew aprovecha para espabilarse del embrujo que nos ha causado el maestro de arte dramático convertido de repente en Thomas Harris.

—La actuación es escandalosamente parecida a la locura… lo que distingue una cosa de la otra es algo muy sutil— sentencia en medio del ruido ferroviario.

Pasa el tren.

De Tavira retoma el hilo de su reflexión: “El actor sabe que no es el personaje y el loco no sabe que no es el personaje, de manera que, el trabajo del actor es un trabajo capaz de residir en las dos dimensiones: esa que llamamos la ficción y todo lo que eso implica como búsqueda de alguna verdad, y eso otro que llamamos realidad y que tampoco sabemos qué cosa sea, pero tiene que ver con que estamos aquí en este momento, ahora, los que estamos aquí en este momento.

Por eso Stanislavski decía que la gran virtud de un actor es la agilidad mental, esta capacidad de tener planos mentales diversos para entrar en el foco de atención del estímulo que llamamos ficticio, pero que si produce algo al afectar al actor, lo que produce es espontáneo y natural, es decir: es real, entonces, lo que no es, produce algo que sí es reacción.

Y no hay reacciones falsas o verdaderas. Hay reacciones o no, y lo que las produce puede  ser algo que llamamos realidad, pero que tampoco entendemos bien qué es, o algo que creo que entendemos mejor, que es lo que llamamos ficción, lo cual nos llevaría a esa tremenda distinción entre ficción y realidad.

***

Thomas Harris, periodista de Argosy, la primera revista pulp de Estados Unidos, es enviado a México en los años sesenta para entrevistar al texano Dykes Askew Simmons, preso bajo la acusación de masacrar a una familia en una carretera de la frontera mexicana con Texas.

Durante su incursión al Penal del Topo Chico de Monterrey, tras entrevistar a Simmons, el periodista Harris conversa con un médico cuya pulcritud y brillantez resalta en medio del sórdido lugar. Se trata de Alfredo Ballí, quien le revela algunas fascinantes claves psicológicas de la mente criminal en una época en la que ésta apenas empezaba a ser estudiada.

Cuando Harris está por abandonar la cárcel, descubre que el inteligente doctor con el que conversó es un reo más, preso por descuartizar a su amante y acomodarlo en una diminuta caja de cartón antes de enterrarlo en un paraje desolado a las orillas de la ciudad.

Tras escribir historias reales del mundo criminal, Harris deja unos años después el periodismo para empezar a escribir novelas de suspenso como El Dragón Rojo y El silencio de los inocentes, que tras ser adaptada al cine se convierte en una de las películas más aclamadas de los últimos tiempos, sobre todo por el villano que protagoniza la historia: Hannibal Lecter, interpretado por Anthony Hopkins.

En 2013, Harris escarba en sus recuerdos y pide a un periodista de Monterrey realizar una investigación especial sobre el doctor Ballí, para luego revelar al mundo que de aquel viaje periodístico a México en los sesenta habría surgido Hannibal Lecter.

Dicha revelación me detonó una investigación para reabrir los casos de Ballí y de Simmons a través de los testimonios de policías, jueces, abogados, periodistas, víctimas y familiares, así como también de la visita a los lugares donde ocurrieron los crímenes y de la desclasifcación de miles de hojas de expedientes judiciales y de correspondencia privada de los involucrados en los hechos.

A partir de notas rojas de época, se cuenta una historia donde la búsqueda de la verdad pasa por tribunales judiciales e investigaciones periodísticas, pero también por la literatura y el cine. Así, la historia puntual de estos crímenes se convierte en sí misma en una historia sobre la misteriosa forma en la que creamos y creemos nuestras historias.

Todo esto sucede en la geografía y atmósfera peculiar de un mundo intenso que va de Nuevo León a Texas —prácticamente un país en medio de México y EU— y que tiene como concepto principal el tema de las fronteras: no solo la de la ficción y la realidad o la de México y Estados Unidos, sino también la del bien y el mal, la de la justicia y la ley, la de civilización y barbarie y, finalmente, también la de la imagnación y la memoria.

***

Le digo al maestro De Tavira que en el periodismo se trabaja con la idea de que lo que se investiga y escribe está basado en la realidad y, por lo tanto, es verdad, sin embargo, una ficción puede terminar siendo más verdadera que una realidad periodística. Por ejemplo, a partir de la anécdota de Harris, notamos que un joven periodista viene a Monterrey a entrevistar a un asesino estadunidense preso en el Topo Chico y conoce a otro personaje, Alfredo Ballí, que le resulta más atrayente, pero del cual no puede escribir porque no le da el tiempo ni su agenda específica de periodista en ese momento, entonces el personaje se queda ahí, en alguna parte de su memoria —consciente o inconsciente— y muchos años después le sirve para imaginar a Hannibal Lecter, un personaje de ficción que a estas alturas podría sentirse más real que Alfredo Ballí. ¿Acaso lo verdadero es fundamentalmente solo aquello que está bien contado, sea realidad o ficción?

De Tavira me mira con cierta compasión antes de contestar. 

CONTINUARÁ…


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Diego Enrique Osorno
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