La nueva película de Wes Anderson no solo es una carta de amor a la revista The New Yorker, sino a una apasionada manera de vivir y padecer el periodismo, sobre todo el periodismo narrativo, o periodismo literario, o como quiera nombrársele a ese afán desbordado de ciertos editores y reporteros por convertir la información en algo que conmueva y trascienda las coyunturas manipuladas, así como la falsa objetividad que gobierna el diarismo.
El punto de partida de la peli es la figura de Arthur Howitzer Jr. (Bill Murray), obsesivo editor de una publicación de Kansas que envía corresponsales a estudiar el mundo y a sumergirse en él para luego regresar al Medio Oeste americano a escribir crónicas interminables que se discuten párrafo por párrafo, palabra por palabra.
Son tres los “textos” que se “recrean” en The French Dispatch: el primero sobre el descubrimiento de un homicida preso (Benicio del Toro), capaz de pintar óleos que perturban a especialistas y coleccionistas del Avant-Garde; el segundo sobre las revueltas del 68 en París y el tercero acerca de un chef oriental que prepara platillos en una alocada comisaría policial.
Cada uno tiene su espejo con relatos publicados en The New Yorker, pero el aliento que emanan lleva de forma inevitable a pensar en otras publicaciones latinas con el mismo temple. Yo resaltaría una: la ya desaparecida Etiqueta Negra, de Perú, probablemente la revista más bella jamás editada en la historia de la lengua española.
Quienes además de haber sido sus lectores tuvimos el privilegio de colaborar, al ver al editor Arthur Howitzer Jr. de The French Dispatch, sentiremos cierta conexión de éste con Julio Villanueva Chang, fundador y director de Etiqueta Negra, cuyo delirio, por no decir genial enfermedad, en su manera de abordar la edición lo llevaba a ser un tormentoso acosador capaz de meterse hasta en los sueños de sus autores. Ni en todas las páginas completas de éste periódico cabrían las anécdotas de la intensidad de Chang al editar por igual una historia de una gaseosa, el portero de un edificio, el hombre más rico del mundo o el cultivo de la papa.
“Don’t cry in my office”, advertía Howitzer Jr. pero en medio del lamento y el dolor es de donde surge lo mejor de nuestra humanidad.
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