
Somos la Liga de los Comunistas Armados y esta es una acción para lograr la liberación de nuestros compañeros secuestrados por el Estado! —gritó, enseñando su pistola, el joven Germán Segovia, poco después del despegue del avión de Mexicana.
El comando tomaba así el control del vuelo 705 para buscar liberar a su compañera Edna Ovalle.
—¡Nadie haga ninguna tontería porque estamos preparados para todo! El compañero que está allá atrás lleva cargada una bomba en esa caja —continuó Germán, señalando a Alberto Sánchez.
Un día antes de la operación, Germán le había pedido a Alberto que preparara la bomba, por si las pistolas y la causa que tenían no lograban llevar a buen puerto la operación.
—¿Y cómo era la bomba? —pregunté a Alberto durante nuestra charla.
—Pues la única bomba que podíamos preparar nosotros era con las ideas que teníamos. Después, cuando llegamos a Cuba se descubrió qué tipo de bomba era.
***
Pero todavía falta para llegar a Cuba en esta historia de Los Invictos. Y, de hecho, la historia no termina en Cuba, sino que ahí apenas empezará una nueva continuación. O varias nuevas continuaciones tan interesantes como trágicas.
Por ahora seguimos con el secuestro guerrillero del avión de Monterrey que tenía como primera parada Ciudad de México y luego París.
Germán y Tomás Okusono estaban al frente de la aeronave: el primero entrando a la cabina para darle indicaciones al piloto, mientras que Okusono custodiaba a los pasajeros, arma en mano; al fondo del avión, José Luis Martínez y Alberto, también armados, revisaban a los pasajeros uno por uno.
“Si de casualidad alguien trae armas, entréguenlas ahora porque si lo descubrimos va a ser peor”, ordenaban.
A la par iban checando las identificaciones de todos los viajeros para saber exactamente quiénes eran las 128 personas que iban a bordo.
Ya con pleno control de la situación, Germán reiteró a la tripulación y pasajeros: “No hagan una tontería porque si nos vemos obligados a disparar, podemos provocar un accidente más grave al perforar el fuselaje, entonces no se hagan los chistosos”.
Alberto recuerda que Germán hablaba con un tono muy serio y grave, que siempre daba mayor dramatismo a lo que decía.
Mientras tanto, el avión daba vueltas en el aire alrededor de Monterrey y Apodaca, esperando la respuesta en tierra a la petición que había hecho el comando de intercambiar algunos pasajeros del vuelo por su compañera Edna, así como también por otros militantes apresados en las horas recientes.
A las peticiones a las autoridades se había sumado la de que les regresaran los 240 mil dólares en efectivo, producto de las expropiaciones bancarias que la Policía y el Ejército les habían decomisado en unas casas de seguridad del grupo identificadas tras la captura de Edna.
***
Antes del secuestro del avión de Mexicana, la Liga de los Comunistas Armados había asaltado tres camionetas bancarias y 10 bancos, sin ningún disparo, ningún guerrillero identificado y ningún civil ni policía herido o muerto, lo cual era algo que los llenaba de orgullo.
Por esa época, otros esfuerzos subversivos habían sido identificados y anulados. En enero de ese mismo año de 1972, el comando Carlos Lamorca, un grupo armado de Monterrey llamado así en honor de un guerrillero brasileño, había ejecutado una doble acción en la que un civil había muerto, por lo que un par de días después 15 integrantes de la organización estaban detenidos.
Aquel comando lo integraban, entre otros jóvenes de entonces, Gustavo Hirales, José Luis Rhi Sausi, Jorge Ruiz Díaz, Luis Ángel Garza y Rodolfo Rivera Gamiz.
A diferencia de esos otros grupos, la Liga de los Comunistas Armados no reivindicaba los asaltos, ya que no los consideraba acciones guerrilleras, sino preparativas para éstas.
***
—¿Qué sucedió después de sus peticiones a tierra? —pregunto a Alberto.
—Luis Echeverría se comunicó a la torre de control y luego directamente a la cabina del avión para decirle a Germán: “Tranquilo, aceptamos las peticiones, te estoy dando carta blanca para que no haya problema y no vayan a cometer una tontería.”
Mientras esperaban a que Edna y los demás militantes de la Liga fueran llevados al aeropuerto, pidieron turbosina suficiente para que el avión pudiera volar a Cuba, así como los respectivos mapas de vuelo para el piloto.
Una vez que Edna llegó al aeropuerto se comunicó con ellos desde la torre de control diciendo que estaba bien. Después de eso, Germán dio la orden al piloto de aterrizar otra vez en la pista, pero en sentido contrario al habitual, para que la panza del avión no quedara de frente a las instalaciones aeroportuarias, ya que el comando sospechaba que habría francotiradores durante el intercambio de rehenes.
—Por eso pusimos de punta el avión y ahí con los binoculares vimos que efectivamente encima habían como 100 francotiradores, todos con fusiles.
Para ese momento, la acción guerrillera ya era noticia estelar en México. Televisa estaba transmitiendo los hechos en vivo y por cadena nacional.
De tal forma que las siguientes maniobras fueron de tensión y expectativa. Como requisito para el intercambio, el comando exigió que los enviados del gobierno acudieran al avión en calzoncillos. Así fue como llegaron los mecánicos que llenaron el tanque de turbosina, los empleados que llevaron alimentos y mapas e incluso los enfermeros y policías que llevaron a Edna en una camilla con todo y suero.
En otra avioneta llegó también un grupo de militantes que después de Edna también habían sido detenidos. “Ellos habían sido arrestados y los tenían en algún rancho de por ahí en el desierto, en Coahuila, donde los estaban golpeando: ya estaban desaparecidos, ellos ya no iban a aparecer. Bajaron de la otra avioneta con la ropa rota, golpeados, y subieron a nuestro avión, los hicimos descansar, les dimos comida y a cambio ofrecimos bajar a todas las mujeres y a los ancianos del vuelo, incluso venía un viejito de 70 y tantos años y solo traía sus medicinas, y le vieron el historial médico y le dijeron ‘esto es nitroglicerina’, es para el corazón. Baja también él, bajan todos”.
De todas las mujeres, la única pasajera que no liberaron fue la hija del entonces gobernador de Nuevo León, María Lilia Farías. “Ella misma accedió a ir como rehén hasta Cuba, porque en esa época había muchos secuestros aéreos en el mundo y habíamos revisado algunas noticias donde a veces el FBI disparaba al tren de aterrizaje antes de despegar, para que en ese momento de descender ahí tuvieran problemas”.
En una época en la que normalmente el régimen aplastaba a estos grupos y sus acciones, estos cuatro jóvenes guerrilleros parecían haberlo arrinconado por un momento para salvar a sus compañeros de la muerte.
Aunque todavía faltaba que despegaran de nuevo y volaran hasta Cuba.
Continuará...
Diego Enrique Osorno