De ascendencia bilbaína pero esencia cien por ciento mexicana, Javier Aguirre nunca regresa seseando de sus aventuras por España, al contrario, es un embajador del caló de nuestro país y aprovecha las conferencias de prensa para explicarle a los periodistas europeos el doble sentido y las leperadas del arrabal chilango.
Aficionado a los Dodgers en la MLB y los Vaqueros, en la NFL, Aguirre soñaba con jugar beisbol para su equipo favorito de la LMB: los Tigres Capitalinos. Sin embargo, el destino le deparaba algo mejor: ser figura del balompié mexicano.
Aunque el capitán de la selección en 1986 era Tomás Boy, uno de los principales líderes de aquel equipo tricolor era El Vasco. Inolvidable el “sape” que le acomoda a Manuel Negrete después del golazo a Bulgaria en la cancha del estadio Azteca.
Fue campeón con el América, marcó un gol en la “final del siglo” ante el Guadalajara, equipo en el que también militó después de jugar en España para el Osasuna.
Con la selección, tuvo una primera aparición como parte de un cuerpo técnico en 1994, durante el mundial de Estados Unidos al lado de Miguel Mejía Barón.
Su ascenso como entrenador fue muy rápido, inmediato. Hizo campeón al Pachuca en 1999, con aquel gol de oro que Alejandro Glaría marcó con la entrepierna ante el Cruz Azul. Que el Pachuca ganara un campeonato en aquella época, es equivalente a salir campeón hoy en día con el Puebla o el San Luis.
Como un auténtico salvavidas, Aguirre relevó el desastre de Enrique Meza al frente de la selección y logró la calificación para Corea-Japón 2002, mundial en el que lució el equipo mexicano durante la primera fase, pero fue eliminado miserablemente por Estados Unidos en los octavos de final, en buena medida por el pésimo planteamiento de su entrenador.
Algo similar ocurrió en 2010, cuando llegó para calificar a la selección que estaba en riesgo de quedar eliminada del mundial de Sudáfrica.
En medio de las dos copas del mundo que Aguirre dirigió con México, se consolidó como un reputado entrenador en España. Salvó del descenso al Osasuna, lo llevó a la final de la Copa del Rey y lo metió a la Liga de Campeones de Europa. Ese trabajo encomiable al frente del club rojillo, le valió un contrato con el Atlético de Madrid.
Este año logró otro resultado histórico con el Mallorca: lo salvó del descenso y llegó a la final de Copa ante el Athletic Club, confirmando su estatus de bombero.
Ya no continuó al frente del equipo balear y ahora está listo para asumir por tercera vez en su carrera el puesto de entrenador nacional. Dicho todo lo anterior, muy digno de resaltar, su regreso a México en substitución de Jaime Lozano está manchado por la incongruencia y la deslealtad.
Unas semanas después de “descartar” algún interés o siquiera posibilidad de asumir el cargo: llega hipócritamente. El tiempo pone a cada quien en su lugar, y el lugar de Aguirre y su compadre, el Alto Comisionado, ya forman parte de lo más inmoral de nuestro turbio futbol.