Dice Pedro Carrizales, más conocido como “El Mijis”, que es igual de racista decirle a alguien nigga que whitexican, y que ser “prieto, chaparro, tatuado y de barrio” —como él mismo se autodenomina— le dan toda la solidez para afirmarlo, aun cuando quiso agandallar sin éxito una diputación plurinominal haciéndose pasar por indígena.
Lo más grave no es que un exdiputado que se diga perteneciente a una minoría, de izquierda, no entienda nada de racismo y racialización, sino que sigamos enfrascados en discusiones banales que nos distraen de cuestiones realmente fundamentales como reconfigurar la participación en lo público de esas voces excluidas.
Habrá que recordar nuevamente lo elemental: el racismo parte de relaciones desiguales de poder y opresión ejercidas históricamente desde una posición de privilegio blanco sobre quienes no lo son. Aunque a los whitexican les encante que nos hayan colonizado, los blancos no han sido violentados, perseguidos, ultrajados ni esclavizados sistemáticamente a lo largo de siglos ni en proporciones similares a otros grupos como los negros. Tampoco son objeto de detenciones arbitrarias ni más propensos a ser condenados por un delito no cometido.
Difícilmente por su perfil étnico, los blancos serán impedidos de acceder a los derechos más fundamentales como salud, educación, trabajo y vivienda digna; limitaciones que un whitexican no conoce ni mucho menos reconoce.
Mientras que la palabra nigga no puede entenderse sin 500 años de esclavitud y leyes de Jim Crow, de lo único que han sido víctimas los whitexican es de los señalamientos por fifís de los terribles comunistas de la 4T. Muy a pesar del Mijis, a los whitexican, un pequeño grupo de privilegiados no les definen los términos de su existencia ni tampoco se les cuestiona nunca su blanquitud. Creen que su privilegio los hace inmunes a la contundencia de los hechos.
El racismo nada tiene que ver con sentimientos heridos y egos sensibles; se trata de una realidad completamente mensurable y documentada, de la que los blancos no son objeto.
Y no, Mijis, que a la gente le digan güera en el mercado y les quieran cobrar más por la fruta no es racismo. A lo sumo el güero se sentirá ofendido y en el peor de los casos agredido, pero con su dignidad hecha trizas, podrá ir a otro mercado a realizar sus compras. Nadie cuestionará su capacidad de pago en ningún mercado por el hecho de ser blanquito. De ninguna forma, catalogarlo como güero afectará sus posibilidades para alimentarse ni mucho menos su vida material. No nos quieran convencer de que los blancos también lloran.
Daniela Pacheco