La violencia letal contra la mujer tiene múltiples orígenes que van desde maltrato infantil a costumbres familiares y sociales, tristemente convertidas en hábito.
En Veracruz o San Luis Potosí es muy normal que se cometan actos violentos contra las féminas. Algunas en su inocencia piensan que si el marido no les pega, no las quiere.
En el México del siglo XXI, la vida de la mujer aún se encuentra terriblemente vulnerada y en desventaja frente a un entorno sociológico que ve en el maltrato una fuente de culpa endosada a la portadora del pecado original; por ello no es de sorprender que la violencia en su contra sea una moneda de uso corriente en un país profundamente religioso, en el que el espíritu de sacrificio y la tolerancia al dolor son sinónimos de fortaleza, valor e integridad, de ahí que la madre es una “guerrera invencible”.
Aunado a ello existe un machismo que restringe a muchas mujeres las libertades de todo tipo, nulifica cualquier intento de cuestionamiento y destruye toda posibilidad de diálogo, ampliando así el circulo vicioso que cicla la violencia de forma permanente. Ese ciclo cobra vidas en todo momento sin distingo de condición económica, ideología política, religiosa u origen.
Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública en Monterrey, de enero a octubre de 2019 se han cometido 16 feminicidios, poniendo a la capital de Nuevo León en un deshonroso primer lugar, dejando el segundo a Culiacán, Sinaloa, con 13, y el tercero a Ciudad Juárez, Chihuahua, con 12. Ello de un total de 809 feminicidios, 810 si consideramos el de Abril Pérez, la regiomontana que primero fue agredida por su pareja con un bate de beisbol mientras dormía, y después fue asesinada.
La mujer madre de tres, víctima de un salvaje ataque, sufrió un calvario al promover su querella. Tuvo un desgastante y revictimizante proceso legal en su búsqueda de la justicia, solo para encontrarse con el favoritismo de un sistema judicial corrompido que favorecía a su cónyuge, un CEO de dos empresas de alto nivel. Todo su esfuerzo fue inútil. El juez erróneamente recalificó el delito cambiando con ello los cargos, las sanciones y obsequió la libertad al hoy presunto asesino intelectual. En la tumba yace una mujer víctima de feminicidio, una madre ausente en la vida de tres niños, una más en las estadísticas de la indiferencia machista judicial.