El primer cuento viene de la "guerra contra las drogas" que Richard Nixon declaró para poder perseguir y reprimir la rebelión juvenil de los años 60s y 70s en su país.
El segundo, surge de los 80s, cuando Ronald Reagan utilizó a la CIA para pactar en secreto con el narcos y dictadores para golpear a los movimientos "comunistas" de la región y financiar el intercambio de rehenes por misiles en Irán, mientras en Colombia la DEA maniobraba contra los carteles colombianos, apoyando a unos y persiguiendo a otros.
El tercer cuento tiene raíces más profundas. Parte del acuerdo histórico para que en las sierras del noroeste mexicano se produjeran el opio y la heroína (después sería marihuana) que "necesitaban" los soldados estadounidenses durante y después de sus guerras. De ese modelo de negocio --beneplácito desde la cúpula del poder y trasiego transfronterizo "independiente" para su distribución al menudeo dentro Estados Unidos por las mafias tradicionales de ese país--, surgieron los Félix Gallardo, Caro Quintero, Amado Carrillo, Juan García Abrego y, por supuesto, El Chapo Guzmán.
Ahora toca el turno al cuento de los "narco-terroristas".
Consecuencia directa del insaciable apetito de la maquinaria bélica estadounidense, la misma que lleva décadas transformando los viejos alguaciles locales en poderosos equipos SWAT (SpecialWeapons and Tactics) que en la vida real se ocupan para aplastar junkies o pequeños distribuidores de droga, el nuevo gran negocio será la venta de equipo de alto poder, tanto a los carteles mexicanos --que ya son clientes--, como a diversos tipos de "super agentes" que se encargarán de "liberarnos".
De acuerdo con la nueva trama, los políticos y militares corruptos mexicanos siempre han estado detrás del tráfico de estupefacientes y por lo tanto, ahora que China intenta vengarse de la guerra del opio del siglo XIX invadiendo de fentanilo a Estados Unidos, toca el turno a los avengers "de verdad" de entrar a escena, tal como los vemos en el cine y la televisión.
Para los nuevos guionistas resultará más que conveniente el que Estados Unidos ya haya tenido tras las rejas --aunque fuera por un momento-- a un ex Secretario de la Defensa de nuestro país. También a gobernadores --la lista es amplia--, así como policías y políticos de todos los niveles. El casting para la nueva camada de villanos está bastante cantado.
¿El regreso del chupacabras y sus capos de El Golfo? ¿Una nueva generación de sinaloenses con protección verde olivo? ¿Acaso los juniors de la transformación? ¿Los herederos del neoliberalismo? "That, myfriend, thatis the question".
Atender el dilema de las adicciones --un problema de salud pública creado por la voracidad de las gigantescas empresas farmacéuticas--, no es tema. Ni siquiera atender el desafío de una enorme economía subterránea alentada por la propia prohibición. Lo que se trata con la etiqueta de "narcoterrorismo" es de construir narrativas al servicio del poder supremo.
En la nueva narco-serie tampoco creo que haya mucho espacio para la letra del himno nacional mexicano --"...Mas si osare un extraño enemigo/profanar con sus plantas su suelo,/piensa ¡Oh patria querida!, que el cielo/un soldado en cada hijo te dio"--, pues ante la magnitud de la sangre ya derramada y la violencia descontrolada en buena parte del país, no será difícil que amplios segmentos sociales terminen por aplaudir casi cualquier tipo de intervención extranjera sobre el sagrado territorio de nuestra patria adorada.
Seguro que los guionistas tejen ya las tramas según las cuales los héroes del norte llegarán a liberarnos del eterno acoso del mismísimo demonio. Además, claro, de enamorarse de las princesas locales rescatadas.
El show debe comenzar hoy mismo en el salón oval de la Casa Blanca justo cuando el presidente Donald Trump bautice a los carteles mexicanos como Organizaciones Terroristas Extranjeras. Lo demás, es lo de menos. Mi única duda es si los primeros estrenos los producirá Netflix o Hollywood.