La respuesta corta es que no. O casi no.
Somos 8 mil 100 millones los habitantes del planeta. De ellas y ellos, más del 90 por ciento tenemos acceso a la energía eléctrica y, por ende, a la televisión. De esa población cerca del 80 por ciento usamos el internet. Esto es, estamos hablando de más de 5 mil millones de personas que nos conectamos con el resto del mundo a través de una pantalla. Casi todos, dentro de algún entorno urbano.
Dentro de ese universo, cada quien dedica unas 4 horas diarias a ver televisión y un poco más a interactuar con su "celular". Y cada año el tiempo de conexión, sobre todo a los móviles, es mayor.
En lo personal permanezco cerca de 10 horas diarias dentro de alguna plataforma de comunicación digital. Una cantidad de tiempo equivalente a la inmensa mayoría de los jóvenes nacidos en este siglo.
Me parece que la irrupción de la comunicación masiva es el proceso social, cultural y probablemente político más relevante desde... ¿Desde Gutemberg?
Además, vale enfatizar la condición de "novedad" de todo este fenómeno. Después de todo, la televisión (inventada hace 98 años) se convirtió en un medio masivo a partir de los años 50´s, en Estados Unidos, y un poco más tarde en el resto del planeta. Por no hablar de las plataformas digitales que, en muchos sentidos, son una realidad del siglo 21.
Es en este contexto que regreso a la pregunta inicial. Pero, en lugar de quejarme o lamentar, como me correspondería generacionalmente, simplemente subrayo lo evidente: nos guste o no, se trata de un hecho; una nueva realidad que --salvo escenarios apocalípticos-- no alcanzo a ver alternativa.
En nuestra relación con la tecnología, en particular las tecnologías de la información y las comunicaciones, estamos apenas en el comienzo. Sin darnos demasiada cuenta estamos entrando a una nueva era.
Hasta ahora, la herramienta principal ha sido eso que los técnicos llaman "dispositivos móviles inalámbricos", esas pequeñas computadoras portátiles que casi todos tramos en el bolsillo y creemos que no podemos vivir sin ellas. Con apenas unos 20 años de su entrada al mercado global, hoy tenemos en el mundo más "smartphones" que seres humanos.
¿Y luego de los móviles qué sigue? recuerdo la pregunta desde hace algunos años que leí sobre el tema en una publicación especializada en inversiones. La respuesta era una difusa especulación sobre los "usables", una serie de dispositivos que, mis oídos escuchaban como "cyborg". Para entrar a esa dimensión el gran reto era --¿sigue siendo?--, un asunto a nivel molecular con cristales y plásticos.
Ahora los especialistas son un poco más cautelosos. Ya no predican la inminente desaparición del celular y la irrupción de unos lentes mágicos al estilo del Google-Eye que no funcionó o los Ray-Ban-Meta de los cuales Mr. Zuckerberg ha vendido ya 2 millones de piezas. Tampoco del Apple-Watch, del cual se venden más de 100 millones cada año.
Ahora el tema de moda será la irrupción de la G.A.I. (Generative Artificial Intelligence) como una especie de sistema operativo superior que, a través de diversos sensores, convertirá nuestros dispositivos personales en una especie de mayordomo mágico con capacidad de convencernos que somos una especie de seres superiores; al menos más brillantes, sanos y eficientes que las personas analógicas.
Puede ser. Y más allá del spin morboso con que Black Mirror pueda darle al tema, me encantaría alcanzar a ver qué es lo que viene. En lo que no creo que haya reversa, es en la intensidad de nuestras relaciones con los gadgets. A través de ellos trabajamos, aprendemos, soñamos, creamos e interactuamos. Para bien y para mal.