Mary Sarotte publicó su libro Not One Inch unas semanas antes de la invasión a Ucrania. El título hace referencia a la promesa de Washington a Moscú en el sentido de que no habría expansión de la OTAN tras el colapso de la Unión Soviética. “Ni una sola pulgada hacia el Este, nos dijeron en los noventa”, vociferó el presidente Vladímir Putin en diciembre de 2021, durante la movilización que precedió la invasión a Ucrania. “Nos engañaron, totalmente, descaradamente”. ¿Qué había ocurrido? El 9 de febrero de 1990 el secretario James Baker vio en Moscú al presidente Mijaíl Gorbachov para discutir la reunificación de Alemania. Gorbachov dijo que no quería que Alemania, reunificada, fuera parte de la OTAN. Baker respondió que no estaba en el interés de nadie tener una Alemania reunificada y neutral, con la posibilidad de desarrollar incluso un arsenal nuclear, a lo que asintió Gorbachov. Baker entonces propuso la incorporación de Alemania a la OTAN, con la promesa de que la jurisdicción de la organización no avanzaría, dice la transcripción de su encuentro, “ni una sola pulgada hacia el Este”. Gorbachov aceptó retirar miles de tropas y cientos de armas nucleares del este de Alemania. Baker no volvió a mencionar la frase Ni una sola pulgada, pues implicaba un compromiso que, a su regreso a Washington, fue rechazado por su jefe, el presidente George Bush.
Not One Inch aclara que la expansión de la OTAN no fue solo el resultado del deseo de Estados Unidos de capitalizar su victoria en la Guerra Fría. Los más firmes defensores de la expansión eran de hecho los líderes y, en general, los pueblos del centro y el este de Europa. Vaclav Havel, tras pedir que las tropas americanas y rusas salieran del centro de Europa, cambió de opinión, le expresó a Bill Clinton el deseo de la República Checa de ser parte de la OTAN. Lech Walesa también, temeroso del resurgimiento de Rusia. A partir de registros desclasificados de sus conversaciones, Not One Inch documenta la convicción de Clinton de que la OTAN era fundamental no solo para la seguridad sino para la estabilidad de Europa. La OTAN empezó a crecer, bajo la presión de los propios países del centro y el este de Europa y al principio, también, contra la opinión de los generales y los expertos en Estados Unidos: los generales Les Aspin y William Perry, secretarios de Defensa de Clinton, y los expertos George Kennan y Henry Kissinger. Todos temían que la expansión de la OTAN pondría en peligro el experimento democrático de Yeltsin, orillaría al Kremlin a abandonar los tratados sobre reducción de armas nucleares, fortalecería al ala nacionalista de Moscú, convencería a los rusos de que Estados Unidos los quería aislar, rodear y subordinar, en vez de incorporarlos al sistema de seguridad colectiva de Europa. Sus temores fueron realizados.
La expansión de la OTAN empezó con Clinton (Polonia, Hungría, República Checa) y siguió con Bush (Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Rumania, Eslovenia y Eslovaquia). En 2007, Putin advirtió que la expansión representaba “una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua”. Bush no hizo caso: anunció, al año siguiente, su crecimiento hacia Ucrania. La prensa occidental habla siempre de la invasión no provocada. Pero es falso: fue provocada.