La historia humana puede leerse como una sucesión de soluciones que crean nuevos problemas. El motor de combustión nos permitió conquistar distancias, pero también trajo calentamiento global. Hoy, la inteligencia artificial promete productividad sin precedentes, pero abre dilemas éticos y riesgos que apenas empezamos a entender. Aun así, hay una constante: la humanidad se distingue por la incesante necesidad de crear. Cada crisis se resuelve con más conocimiento, más cooperación, más innovación.
El Nobel de Economía 2025, otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, celebra precisamente esa fuerza transformadora: la innovación como motor del desarrollo. Su legado intelectual es claro: el crecimiento no proviene de acumular más de lo mismo, sino de reinventar permanentemente los métodos, las instituciones y las ideas. En palabras de Aghion, el progreso surge “cuando la destrucción creativa reemplaza la comodidad por la curiosidad”.
Pero los laureados también advirtieron algo esencial: la innovación no florece en el aislamiento. Necesita un ecosistema de libertad, confianza y cooperación, donde las ideas puedan cruzar fronteras, disciplinas y generaciones. Ninguna mente innova sola. Las grandes transformaciones —de la imprenta a la vacuna, de la electricidad al internet— han sido siempre el resultado de comunidades abiertas que se atrevieron a compartir el conocimiento. Cuando la tecnología se concentra en pocas manos, el progreso se convierte en privilegio, no en bienestar.
Por eso, fortalecer el triángulo virtuoso entre universidades, gobiernos y sector productivo es hoy una prioridad. Las universidades son el corazón de ese sistema: forman talento, investigan y conectan la ciencia con los desafíos sociales. Los gobiernos deben garantizar políticas que impulsen el conocimiento como un bien público, no como un lujo. Las empresas deben reconocer que invertir en ciencia no es filantropía: es crear futuro.
La innovación no es un milagro; es el resultado de un ecosistema que la hace posible. Y las universidades juegan un papel irremplazable, como incubadoras del pensamiento crítico y la creatividad. Espacios donde se aprende a cuestionar, imaginar y cooperar. Lo dijo Víctor Hugo, “no son las máquinas las que arrastran al mundo, son las ideas”.