Cultura

El peso de la pluma

Dicen los especialistas en teorías políticas que cada movimiento social lleva implícita su propia destrucción. No quisiera poner al nivel de las convulsas gestas de las masas el tema de hoy, pero es que la ocasión se pinta sola. Y ni modo de no aprovechar. Si algo se le puede agradecer a Hassan Emilio Kabande, conocido en los bajos fondos como Peso Pluma, más allá de enajenar a la banda puberta, a anticipados y remisos con cancioncitas ramplonas y ritmetes de poca monta, es hacer olvidar al mundo, aunque sea por un ratito, el mentado reggaetón.

Gozando de los quince minutos de rigor, la fama del chaval ha venido acompañada de un fervor público sin precedentes. A grado tal que el envión del Conejo Malo se vio detenido por la oleada de historias que bien podrían pulular en cualquier banda sonora de narco serie de moda.

Hace algunos años conocí en un evento culinario a Pau Arenós. Un extraordinario escritor gastronómico de origen catalán, que traía bajo el brazo el libro La cocina de los valientes. En él discurre por diversos tópicos desde los fogones, sin recetas ni imágenes sugerentes, solamente equipado con la fluidez de una prosa efectiva y la inteligencia a su servicio. Cuando pregunté, influido por la narrativa “ratatouillesca”, si cualquier podía cocinar, la respuesta fue implacable. Cualquiera puede cocinar mal, me dijo. Y razón no le faltaba.

Pienso en esa anécdota mientras reviso la web en torno a Peso Pluma, en cuyos recovecos pululan lo mismo fans que haters. Los primeros rindiendo pleitesía (ignoro la razón), los segundos yendo desde la crítica a lo insufrible de su “música”, a la dudosa calidad vocal que le acompaña. Para nadie es un secreto que el imperio del Auto-Tune llegó para ser la tabla de salvación de muchos intérpretes que adolecen de técnica, de recursos interpretativos y, sobre todo, de voz. Y asumo, parafraseando a Pau, que, en efecto, cualquiera puede cantar mal. Para hacer lo contrario hace falta otra cosita.

Y tal vez el gran púbico no le busque siquiera por ser, a la usanza de Agustín Lara, entonadito. Quizá sea que encarna el sentir de un México profundo marcado por las huellas de un flagelo común. De la podredumbre que se regodea en la violencia del paisaje semiurbano y en la descomposición de su tejido social. Más allá de filias y fobias, insisto, habrá que reconocer al del tonelaje plumífero su valía, aunque me temo que en la lógica del comienzo de este desvarío semanal alguien habrá de ocupar su sitio cuando se agote el momento de gloria.

El problema es que acabemos descubriendo lo felices que éramos y no lo sabíamos. Y que estábamos mejor estando peor. Por ello pienso hacer buen uso de los corridos de Hassan. Pues los que más me gustan son los tumbados, pero al bote de basura. Justo donde deberían sonar.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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