“La gente está como loca”. Cada vez es más frecuente escuchar esta expresión. Y tiene que ver con la manera en que los seres humanos son capaces de gestionar sus conflictos. Ocurre como fenómeno global, pero se recrudece en un país como México, tan expuesto a la incompetencia de quienes lo administran como a la impericia de la gente por hacer de sus vidas salgo medianamente eficaz. Y porque da la impresión de que les importa muy poco mejorar sus vidas.
Los que saben de bienestar emocional hablan de la importancia de la terapia y del papel que desempeña redundando en un menor nivel de neurosis y en gente sana. Y es que por mucho que los indicadores de la felicidad insistan que la raza tenochca tiene un alto cociente, una cosa es disfrutar lo que se tiene, contentarse con lo que se es y sacar provecho a los momentos, y otra pasar por alto que se podría estar mejor y que falta mucho para que un país como éste acuse plenitud colectiva e individual.
Muestra de ello son las escenas cotidianas que hay en redes sociales, en medios de comunicación y en las calles, y que dan fe de la frase inicial de esta reflexión. La gente está como loca, ya sea por exponerse a estímulos que no son asimilables, o porque cada vez somos más y lo satisfactores que faciliten una mejor vida son insuficientes y caros, lo que en cualquiera de los casos hace compleja la posibilidad del bienestar.
Sobre la salud emocional hay muchos voceros y especialistas que se animan, sobre todo en los canales digitales, hablar al respecto, y basta y sobra detenerse con uno o dos de esos seres para que el algoritmo haga lo suyo y acaben lloviendo videos con discursos de alrededor de un minuto promoviendo la importancia de estar bien, aunque con las limitaciones propias de las redes sociales en cuanto a tiempo, profundidad y rigor metodológico.
La importancia de no engancharse, el mérito de asertividad, entender que uno es responsable de que dice y hace y no de las reacciones de otros, la certeza de que la gente da lo que es y no lo que uno merece. Una lluvia de ideas que tendrían que ser útiles, si no fuera porque se trata de argumentos en cuya brevedad reside lo débil de su impacto. Ojalá hubiera menos entusiastas del wellness y más personas tomándose en serio su condición de vida.
Se atribuye a Eduardo Galeano una máxima que seguro forma parte de la retahíla de buenos deseos que pueblan el ciberespacio, y que si se tomara con la conciencia y juicio crítico necesarios podría llegar a tener algún impacto positivo en la gente: “Somos lo que hacemos para dejar de ser lo que somos”. Poco más hay que agregar como no sea poner manos a la obra, algo que resulta infinitamente más complejo que sólo esbozar palabras.