Política

La encrucijada

  • Columna de Bruce Swansey
  • La encrucijada
  • Bruce Swansey

Exhibiendo las fauces ante la cámara, Nigel Farage, el líder de Reform, advierte que de no tomar medidas para expulsar a todos los inmigrantes en breve Londres será gobernado por los musulmanes. Sus ocurrencias son inverosímiles pero han situado a su partido en la delantera de las preferencias de los encuestados.

“Ni siquiera los cisnes están a salvo de los inmigrantes”, añade imaginándose ya en el número diez de Downing Street. Si no fuera moralmente condenable, Farage sería un comediante.

“Hay que expulsar a 150 mil inmigrantes”, afirma Kemi Badenoch, líder del Partido Conservador, en un salón de conferencias que más bien parece capilla funeraria.

La creciente demanda para que Keir Starmer, el primer ministro británico, adopte una línea más clara de ataque contra la extrema derecha no puede ser más clara. Según Starmer se trata de una encrucijada que divide al país entre la renovación nacional y el empobrecimiento económico y la bancarrota moral. El congreso anual del laborismo definió su destino como líder del partido y como primer ministro. Para Starmer es fundamental que el electorado reconozca los aciertos de su primer año de gobierno que incluyen el alza del salario mínimo, un proyecto para rescatar el servicio público de salud, la inversión en una economía “verde” y la protección de los más vulnerables ante la necesaria alza de los impuestos. Pero esto no es suficiente para contrarrestar la estridencia de los discípulos de la naranja mecánica ni la ansiedad xenófoba. Starmer debe abandonar la prudente contención que lo define para pasar a la ofensiva y ganar lo que define como “el corazón y el alma de la nación”.

“Recientemente hemos visto la emergencia de pandillas dedicadas a atacar a la gente por su religión o el color de su piel. Hemos visto a una niña negra morir en un ataque racista. Hemos visto la violencia contra comercios étnicos y esto es una afrenta contra nuestra auténtica identidad nacional”.

Se trata de elegir y de ser conscientes de que el voto tiene consecuencias.

El primer ministro entiende que la inmigración no cesará de ser un problema serio y por ello propone la creación de un documento digital similar a una tarjeta que distinguirá entre inmigrantes legales e ilegales cuyo propósito es proteger a los inmigrantes de la explotación de grupos criminales. Britcard, como se llama el nuevo documento de identidad, estará registrada y conectada con el ministerio del Interior, con los servicios públicos, con posibles empleadores e incluso con arrendadores de vivienda. En la práctica es un instrumento de control.

Hace un año el laborismo logró expulsar al Partido Conservador del gobierno. Su triunfo era previsible, aunque para arrasar en las urnas hay que considerar la eficacia con que Starmer logró hacer de nuevo viable un partido que bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn estaba en la situación en la que se encuentra actualmente el Partido Conservador. Starmer transformó a su partido que los votantes habían desechado por considerarlo más interesado en promover una izquierda militante desfasada de la realidad política que en acceder al poder.

Eso fue hace un año. Hoy Starmer llega a la conferencia anual del Partido Laborista en Liverpool con un índice de popularidad tan bajo que ya se rumora del descontento entre sus miembros y del posible relevo que el primer ministro podría enfrentar para conservar el liderazgo y las llaves del número 10 de Downing Street.

Revertir la crisis económica y política del país dividido por Brexit es una tarea mayúscula. Hay un déficit de 40 billones de libras en el presupuesto, una infraestructura decrépita y la pobreza creciente de regiones abandonadas desde que Margaret Thatcher se deshiciera de la producción industrial reemplazándola por una economía financiera y de servicios. Con ello debilitó a los sindicatos pero también decidió la marginación de quienes laboraban en astilleros, minas y fábricas y condenó a regiones enteras de la isla al desempleo. Desde los tiempos de Dickens el abismo social no era tan profundo.

Por otro lado, los votantes siempre esperan que un cambio de gobierno transformará inmediatamente sus condiciones de vida, pero la deseada mudanza nunca es inmediata. Las expectativas frustradas producen un malestar social que en el RU se manifiesta en una crisis de confianza en los políticos a quienes se juzga cada vez más cínicamente. No sólo eso: el desencanto rencoroso exige víctimas propiciatorias. La extrema derecha lo sabe y lo explota, alentando la xenofobia. El odio al extranjero está amasado con racismo e islamofobia y el fuego alimentado con la creencia de que la “invasión” persigue el reemplazo étnico y la eventual conquista de Europa. Entre más inverosímil el prejuicio, es más fácil reproducirlo y amplificarlo en el estercolero de las redes sociales.

Por eso la implosión del Partido Conservador hecha evidente en su desierto y fúnebre congreso anual es la peor señal de la creciente influencia de la extrema derecha. Sin los conservadores no hay un muro ideológico de contención contra la inundación del neofascismo etnonacionalista.

Antes de la conferencia anual del Partido Laborista, Starmer anunció la inversión de decenas de millones en las regiones más afectadas para contrarrestar las promesas de Reform UK que además de dinero incluyen, en el estilo MAGA, la depuración del RU, una retórica que el Partido Conservador ha procurado inútilmente reproducir. La intención de Starmer es contrarrestar las críticas internas que afirman cada vez más abiertamente que el primer ministro no ha hecho nada para disminuir la crisis “existencial” que enfrenta el partido ante la extrema derecha. El fondo de inversión deberá destinarse a renovar cascos urbanos, bibliotecas y centros de reunión además de negocios que la comunidad decidirá para fortalecer la gestión regional.

Aparte de la inmigración está la economía que no levanta cabeza. En el congreso, Starmer subrayó que la misión de su gobierno es mejorar el nivel de vida pero no de arriba hacia abajo (la “derrama” de riqueza nunca ocurre) sino desde las raíces.

‘La tranquilidad económica es un antídoto contra la toxicidad divisionista y el pilar de la renovación nacional’, señala Starmer.

Por su lado Rachel Reeves, ministra de Finanzas, insistió en la probidad fiscal y rechazó hacer más onerosa la deuda nacional. Otras iniciativas consisten en un esquema de empleo para los jóvenes, financiado por el gobierno y los empresarios, otro de movilidad europea que no sustituye el programa Erasmus, perdido con Brexit, pero que palia el aislamiento de la juventud británica, y bibliotecas para todas las escuelas primarias.

Lo que sobre todo ocurrió durante el congreso laborista fue que Starmer trazó la frontera entre el populismo neofascista y una visión del país que lo unifica de cara a un enemigo común. Los tories deberían tomar nota y en vez de combatir el laborismo, deberían unir fuerzas contra el auge de Reform.

“Estamos en una encrucijada entre la decencia y la falta de principios, entre la unidad y la división, entre la esperanza y el rencor”, advirtió Starmer.

Si los conservadores no lo entienden serán responsables de su extinción. Lo que el primer ministro necesita de cara a las próximas elecciones es unificar a los partidos de centro e izquierda. Si falla, la encrucijada a la que se refiere conducirá a la extrema derecha al número diez de Downing Street.


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