Política

Sarah Mullally: la aurora de la fe renovada

  • Columna de Bruce Swansey
  • Sarah Mullally: la aurora de la fe renovada
  • Bruce Swansey

“¿Qué? ¡Increíble!”

Las reacciones ante el nombramiento de la primera mujer en ocupar el arzobispado de Canterbury fueron, como era de esperarse, diversas.

“Extraordinario”.

No era para menos. Después de todo se trata de un evento de importancia histórica porque vuelve irrelevante la defensa de la jerarquía eclesiástica como coto de caza reservado a los hombres.

“Eso demuestra lo bajo que ha caído el arzobispado”.

Al contrario de otras instituciones que mantienen a las mujeres y las llamadas minorías marginadas, la Iglesia Anglicana ofrece una alternativa definida por la empatía y el reconocimiento de la naturaleza humana.

“¿Estás segura que leíste bien? A ver, léelo de nuevo”.

“Sarah Mullally fue nombrada arzobispa de Canterbury, la primera mujer en ocupar ese puesto”.

“¿Y qué más?”

Fue enfermera de alto rango en el sistema público de salud, tiene 63 años, se ordenó en 2006 y en 2018 fue la primera mujer en ser nombrada obispa de Londres. Ha colaborado en tareas importantes en la catedral de Salisbury y en la diócesis de Exeter. También fue la primer dignataria religiosa en condenar la reciente violencia perpetrada en una sinagoga en Manchester.

“El odio y el racismo no desgarrarán nuestra sociedad”.

Esas palabras están en consonancia con Keir Starmer, el primer ministro que ha presentado a su partido y a los electores ante una disyuntiva existencial: optar por el odio y la división o por los auténticos valores de una democracia inclusiva y civilizada.

El nombramiento de Sarah Mullally es extraordinario no sólo porque en efecto es la primera mujer en presidir la Iglesia de Inglaterra sino también por lo que tal nombramiento significa en términos de igualdad genérica y por el mensaje que manda a otras instituciones religiosas anquilosadas y desfasadas del presente. Su nombramiento demuestra la voluntad de la Iglesia anglicana por mantenerse relevante y ofrecer a sus fieles la esperanza de una institución que rechaza el sexismo y la misoginia en un momento además en el que los avances de la extrema derecha y la machosfera de las redes sociales impugnan los logros obtenidos en el campo de los derechos humanos.

Sarah Mullally reemplaza a Justin Welby, quien renunció al cargo debido a un escándalo sexual que debió haber reportado. Las mujeres comenzaron a ser ordenadas en la Iglesia Anglicana en 1994 y a acceder a la jerarquía en 2014. De acuerdo con la tradición, el nombramiento de Mullally fue propuesto al primer ministro, quien a su vez lo refirió para su aprobación al rey Carlos III.

“Este nombramiento es extraordinariamente importante para la Iglesia Anglicana en el Reino Unido y para la comunidad anglicana en todo el mundo”, señaló un comunicado del palacio de Buckingham.

Carlos III felicitó a Sarah Mullally pero no todo mundo dio la bienvenida a su nombramiento. Aún hay sectores conservadores que insisten en que el episcopado debe ser ocupado sólo por hombres. Invocan la Biblia para basar su argumento.

La Fraternidad Global de Anglicanos Confesos que agrupa iglesias en África y en Asia, recibió la noticia con consternación. Las sociedades tribales se aferran a usos y costumbres que no necesariamente son democráticos ni inclusivos. Excepto en Sudáfrica y en Kenia, que cuenta con una obispa, pareciera que los dignatarios africanos son los más conservadores, lo cual es comprensible en sociedades post coloniales. El reverendo Laurent Mbanda, arzobispo de Ruanda, declaró que la mayoría de los anglicanos todavía creen que la Biblia define el sacerdocio como una vocación reservada para los hombres. La Fraternidad que encabeza rechaza el ordenamiento de mujeres y en cuanto a los matrimonios homosexuales que la arzobispa de Canterbury bendice, el reverendísimo Mbanda está convencido de que atentan contra la moral y llama a quienes se alejan de la ortodoxia a arrepentirse.

En cambio Emily Onyango, primera obispa de Kenia, saludó el nombramiento de Sarah Mullally como la aurora de una nueva era donde saber escuchar es preferible a condenar.

“La afirmación de que la Biblia rechaza el ordenamiento de mujeres no es teológicamente cierta ni razonable y eso no ayuda a la fe ni a la iglesia”.

No sorprende que el reverendo Mbanda condene estas opiniones como apóstatas, reivindicando certezas más coherentes con un mundo ancestral, reliquia de cazadores y guerreros.

La Iglesia Católica, a través del Cardenal Koch, ha expresado su beneplácito aunque semejante paso es aún inconcebible para una institución comprometida con mantener la jerarquía tradicional. Todo se remite a que Adan fue creado antes que Eva y ésta lo sedujo para comer el fruto prohibido, de allí que los incautos varones deban desconfiar de la naturaleza femenina. Más aún: según el honorable reverendo Mbanda, Eva fue creada para ayudar a Adan, no para corregirle la plana. Parece que San Pablo rechazó la posibilidad de que hubiera mujeres sacerdotes porque en el siglo I no tenían acceso a la educación pero los apóstoles tampoco eran letrados. Sin embargo, son mujeres quienes dan la buena nueva de la Resurrección, las mismas que estuvieron cerca de Cristo. Negar a las mujeres la vocación que en cambio estimulan en los hombres es una injusticia. La historia de Deborah en el Antiguo Testamento bastaría para probar cómo en su origen las mujeres tuvieron el mismo derecho reconocido a instruirse, profetizar (visiones que tienen una antiquísima tradición de diálogo con la divinidad), enseñar la palabra divina y servir como líderes y jueces reconocidas por hombres y mujeres.

La Biblia dice que Cristo “encarnó”, pero no su género. Una mujer da a luz al Mesías cuya humanidad es femenina aunque haya nacido varón para simbolizar la dualidad y la síntesis que existe en los seres humanos. Dios hizo a hombres y mujeres a su semejanza para que compartieran el mundo sin distinción de roles ni discriminación. La palabra divina no depende de la anatomía. En última instancia sólo Cristo es el sumo sacerdote y todos los hombres y las mujeres sacerdotes que acceden a Dios mediante Cristo. Nada hay que impida a las mujeres revelar los medios de salvación y la voluntad divina.

En ocasión del segundo asalto al poder del factor naranja, Mariann Edgar Budde, obispa de Washington, pronunció un sermón cara a cara que ninguno de los lacayos alrededor se atrevería remotamente a susurrar. Contra el discurso del odio, del racismo y de la ignorancia, la obispa opuso la compasión y abogó por los marginados. La obispa cumplió con su deber recordándole al poder la palabra divina y los deberes del auténtico cristiano.

Cristo nace en una época en la que las mujeres eran poco menos que esclavas. Su testimonio no tenía valor legal y los rabinos o maestros se negaban a tomar discípulas. Ninguna mujer entonces podía aspirar a ser Deborah y esto es lo que Cristo corrige al rodearse de mujeres y elegirlas como testigos de la Resurrección. Incluso San Pablo dice que no hay judíos ni gentiles, ni esclavos o seres libres, ni hombres o mujeres, sino que todos somos uno en Cristo Jesús.

Esto fue cierto hasta que el oscurantismo patriarcal secuestró la palabra divina para oprimir a las mujeres bajo la infamia del pecado. Con ello traicionó la redención que la relación de Cristo con Magdalena expresa con claridad. ¿Puede lavarse esa mancha en la Iglesia actual? ¿Podemos esperar futuras Deborahs? ¿Es posible que las mujeres con vocación puedan seguir siendo ordenadas no sólo en la Iglesia Anglicana para diseminar la palabra divina?

La designación de Sarah Mullally como la primera mujer arzobispa de Canterbury confirma que no hay ninguna razón para impedir la construcción de una Iglesia auténticamente evangélica, en diálogo con las necesidades de los creyentes y capaz de brindar consuelo y esperanza a los tradicionalmente excluidos por un patriarcado obsoleto.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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