Política

Fragmentación

  • Columna de Bruce Swansey
  • Fragmentación
  • Bruce Swansey

En las llamadas islas británicas (denominación que los irlandeses rechazan) ocurre un fenómeno social que se resume en una palabra: fragmentación. Donde antes hubiera poblaciones compactas y predecibles en términos políticos, hoy existen grupos volátiles. A los grandes partidos tradicionales ha seguido el surgimiento de nuevos partidos cuya existencia refleja la división social e ideológica actuales. Se diría que es la sentencia de muerte del statu quo. La era del bipartidismo yace enterrada entre otras razones porque cesó de reflejar los intereses de la población que hasta hace un cuarto de siglo representaba y porque tampoco ha sido capaz de simular una conexión emocional con una sociedad desencantada.

El panorama contemporáneo muestra una multiplicidad de intereses notable porque las sociedades europeas han evolucionado volviéndose más complejas. En parte, el cambio se debe a la rapidez con que actualmente se disemina la información que invade la conciencia pública casi paralelamente al hecho. Tal pareciera que ya no hay formas de evadir el escrutinio y esto debería poner un freno a la corrupción entre los políticos. Sin embargo, aunque la era de la transparencia llegó para quedarse, la gestión del dinero público sigue siendo cuestionable ya sea por corrupción como el caso de los negocios hechos durante el gobierno conservador para solventar la crisis de la pandemia de 2019 o por negligencia como sucede con el gobierno irlandés, hasta ahora en manos de los dos partidos surgidos de la independencia.

Saber por ejemplo que la baronesa Mone se embolsó 122 millones de libras a cambio de proveer equipo de protección personal defectuoso y después enterarse de que Uniserve, otra compañía, recibió 178.5 millones por equipo de protección similar que tampoco se usó porque no servía para el propósito, revelan una cultura del fraude que en los tiempos que corren minan la confianza ya erosionada en los partidos tradicionales. Ver en la política la oportunidad para enriquecerse ilícitamente robando dinero a la nación desafortunadamente no es nuevo. Lo que cambia es que actualmente todo sucede en una caja de vidrio que inmediatamente se vuelca en cámaras de resonancia y distorsión de los hechos que en el contexto de depauperación de la mayoría de la población adquiere proporciones monstruosas.

La nueva era de la transparencia no evita la corrupción pero sí la hace conspicua a tal grado que promueve no sólo la desconfianza sino también la iniciativa del castigo que se manifiesta en la multiplicidad de partidos y en las urnas. El contexto ayuda: la crisis de vivienda implica que quienes tienen menos de 30 años lo más probable es que jamás puedan comprar una casa, cancelando con ello una de las aspiraciones primordiales de movilidad social que sus padres todavía disfrutaron.

En Irlanda el déficit de vivienda además ha revelado un gobierno trabado por toda clase de instancias burocráticas que han condenado al limbo proyectos urgentes como la vivienda y otros que afectan la salud y el transporte públicos y que definen una parálisis estructural cuya presión bien puede verlos desintegrarse en favor de Sinn Féin, el partido de todos tan temido. El ritmo al que el gobierno irlandés se había acostumbrado a trabajar ya no es aceptable y quizás ha agotado el margen que tenía para mostrar su conciencia de las necesidades y sobre todo su capacidad para resolverlas.

Esta crisis del bipartidismo no es exclusiva del archipiélago norteño. Es evidente en el resto de Europa donde la desintegración política además es resultado del resurgimiento de la extrema derecha que provoca a su vez el reordenamiento de las fuerzas sociales. La inmigración juega en esta coyuntura un papel fundamental como caballo de batalla del etnonacionalismo que recorre Europa promoviendo la conspiración del reemplazo racial. Tanto en Inglaterra como en Irlanda el rechazo ante la cuestión migratoria se expresa mediante la proliferación de banderas para subrayar la importancia de la identidad nacional que en Irlanda ha enfatizado la promoción del gaélico como condición para desempeñar puestos en la administración pública. En el sector salud es de hecho una forma de discriminación ya que gran parte de esos empleos son atendidos por personas provenientes de Filipinas y de la India.

Es un panorama convulso porque la presión geopolítica nunca ha sido tan apremiante como en la segunda presidencia del factor naranja en Washington, de la amenaza rusa que invade vecinos para restablecer las fronteras del imperio zarista y por las convulsiones internas que se manifiestan en estallidos aislados de violencia urbana. La inmigración suele ser el pretexto para lanzarse a las calles, aunque el problema de fondo es la inequidad que segrega a los blancos que han quedado rezagados en relación con el desarrollo del país. La falta de educación significa su marginalidad, inaceptable para quienes se sienten con más derechos que otros grupos cuya presencia se resiente como invasiva. La realidad no podía diferir más ya que la inmigración es necesaria en países cuya población envejece, cuya tasa de natalidad es limitada y que además soportan un sector social inactivo y convencido de que el Estado existe para su beneficio.

La crisis del bipartidismo en Inglaterra ha borrado prácticamente del mapa a los conservadores y puesto al laborismo a la zaga de Reform, el partido de extrema derecha, de Liberal Democrats y del Partido Verde. En las últimas elecciones los conservadores y los laboristas sumaban 76 por ciento de votos mientras que según las últimas encuestas ahora no llegan a 40 por ciento. Si a esto se agrega el proyecto económico laborista que aumentará su impopularidad debido al incremento en los impuestos, la carrera hacia las elecciones en 2029 anticipa resultados que exigirán coaliciones imprevistas. La incertidumbre electoral consolida la tendencia a la fragmentación que de seguir habrá de modificar radicalmente la estabilidad que caracterizó la política en el Reino Unido. La crisis actual enfrenta a los partidos tradicionales a un futuro incierto y vulnerable ya que la turbulencia y volatilidad de los electores les impedirá ofrecer planes de gobierno a largo plazo lo cual agudizará la precariedad de sus formas de financiamiento, probablemente reduciendo su presencia nacional. El duopolio es cosa del pasado, lo cual puede fortalecer la transparencia al fijar fechas de caducidad más estrictas a las carreras políticas. Por otro lado, el riesgo de prescindir de un control institucional puede poner al Estado bajo el control y sobre todo los intereses detrás de las grandes compañías dedicadas a la revolución digital y al desarrollo trepidante de la inteligencia artificial. Su preponderancia sugiere un futuro al estilo orwelliano que ya define el presente.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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