Cultura

Un par de manos

  • El ornitorrinco
  • Un par de manos
  • Bárbara Hoyo

Sí, las mujeres podemos ser complejas, complicadas y hasta acomplejadas. Nuestra mente es un laberinto cuando se trata de recordar y siempre tenemos respuestas de opción múltiple cuando se trata de tomar decisiones. No nos gustan las monosílabas ni los resúmenes. Saboreamos los detalles que conforman la belleza de la historia, la picardía del relato y el erotismo de la aventura. Nos gustan las caricias previas, los besos largos y las verdades sutiles. Nos gusta decorarnos, que nos miren, pero sobre todo que nos toquen. Somos un libro que se cierra constantemente por el puro placer de volver a ser abierto. Somos la energía que revive momentos lánguidos y los colores que iluminan paisajes sombríos.

Nuestro mundo gira en torno al abrazo y nuestro abrazo gira en torno al mundo. Somos especialistas en inventar remedios para sanar, hechizos para encontrar el amor y conjuros para fortalecerlo. Vemos la magia, nunca el truco; miramos el resultado antes que la fórmula. Nuestro instinto alimenta de manera literal y metafórica. Somos madres incluso sin parir, nos gusta ser parte del crecimiento ajeno. Llevamos la memoria en la piel: cada cicatriz narra nuestro pasado y cada poro nos recuerda que también llevamos presente. No sé si somos el sexo débil pero sí somos el género más raro. Somos una escalera de caracol y un montón de respuestas sin pregunta. Somos agua potable pero también causamos indigestión.

Las mujeres corremos riesgos innecesarios como poner a prueba el cariño de nuestra pareja. Y no es el acto en sí mismo lo que nos entusiasma, asusta o emociona, sino la disposición que, como sabuesos, olemos en el otro. Muchas veces basta un sí, sin que se lleve a cabo. O un no, que lo defina todo y al mismo tiempo lo deje igual. Es que hay una línea muy delgada, casi imperceptible, entre amar al objeto y amar la sensación de ser amadas. Las mujeres somos puertas: depende cómo nos toquen, abrimos. Y a diferencia de los hombres que son la suma de sus mujeres, nosotras somos la resta de nuestros hombres. Nuestro afrodisíaco son las palabras. Estamos diseñadas para abrir, para dejar entrar a la vida.

Nuestra rutina es nuestro propio homenaje. Recorremos el amor con un cuerpo insinuante, deseoso de encontrar un par de manos que equilibren nuestra vulnerabilidad desparramada, ansiosa, ávida y anhelante. Un par de manos que protejan nuestra debilidad y aplaudan nuestra fortaleza. Que construyan una casa para convertirla en hogar, para llenarla de aromas y sabores. Nuestra vida es una sucesión de ilusiones. Nuestro acto de fe es creer en nuestra fragilidad, en la delicadeza de nuestras emociones, siempre tan a flor de piel, siempre visibles, siempre al borde. Tal vez sea por eso que no le tememos al abismo y que a la tristeza le lloramos como acto generoso para vencerla. Porque nuestro heroísmo no está en la derrota, sino en la lucha. En la permanencia. En la estabilidad. Y es que con la pasión desbordada es difícil andar, sí, para ello las manos: para tomarlas, para besarlas y para nunca soltarlas.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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