En todo lo que soy, desde la piel hasta la última víscera, desde lo que pienso hasta lo que siento y desde el dolor hasta el cansancio, estás tú. En este cuerpo al que la humedad lo debilita, las polillas lo devoran y el tiempo lo agota, todavía vives y agonizas. Aquí, en este cuerpo, eres un lugar empolvado y corroído pero también eres refugio, santuario y el hogar que nunca habitamos.
Soltar, dicen. Dejar ir. ¿Existe eso? ¿Nos soltaremos algún día de lo vivido? ¿Dejaremos ir aquello que fuimos? ¿Y aquello que pudimos haber sido? ¿Qué tal lo que construimos y amamos? Peor: ¿Lo que arruinamos con tanta cautela? Lo que impedimos que sucediera.
Estoy inundada. Llevo un vacío escondido, casi intacto. ¿Permanecerá? ¿O algún día lo cubrirán otras manos? Siento un hueco tan grande que apenas lograré recorrerlo durante el invierno. Será el invierno, con su frío y sus promesas, el que me regrese el futuro arrebatado. Será el invierno y seré yo, quienes enfrentemos esta soledad que dejaste. Seremos nosotros los que curemos, poco a poco, tu partida. Y seremos nosotros los que enfrentemos la batalla que dejaste a la mitad.
Ya no sé sostenerme. Hasta ahora puedo andar. Y con estas piernas que fueron tuyas, camino lejos de ti. De tu cielo tan gris y vulnerable. De tu cobijo tan tibio e inconsistente. De tu abrazo, tan poco apretado. De tu cuerpo de mármol, perfecto. De tu cobardía, tan tierna y obstinada. De tus dudas punzo cortantes e indecentes. Y de nuestra historia, que alguna vez creí una llama incandescente.
Te escribo bajo una luz que titila. Con la esperanza de que algún día ambos logremos ser tan felices separados como lo fuimos juntos. Y con el deseo de que encuentres en ti la semilla de lo ya cosechado. El tiempo no funciona igual para todos. A veces partimos del mismo punto para caminar en sentidos contrarios. Estamos lejos, pero todavía nos alcanzamos a ver. Levanto la mano, y con un suave movimiento, me despido. Te mando un último beso que recorra la distancia, que venza las barreras del miedo y del abandono. Que te toque, se meta en tus poros y llene de compasión, gratitud y cariño, el hueco que dejé yo, y lo convierta en el hogar que cada quien pueda habitar desde su mundo, desde ese espacio individual que se comprime, pero también se expande cuando decidimos ser felices a pesar de nosotros, con nosotros y sin nosotros.
Sí, eso deseo para ti: toda la felicidad. Y aunque la felicidad no sea una jugada de la vida sino el resultado de nuestras propias jugadas, mi deseo siempre estará junto a ti. Junto a un beso y un abrazo.