¿Es, acaso, la renuncia anticipada una manifestación del miedo al abandono? Tengo temor de, algún día, confirmar lo que ya sospecho: no soy suficiente. Llevo conmigo el peso de la incertidumbre de un fracaso aproximado, de un atentado a lo que soy o, mejor dicho: a quien creo ser. ¿Soy todo aquello que creo y que siento? ¿O soy solo una percepción equivocada de mí misma? De ser así, añadiría una equivocación más a la gran lista que día con día se auto escribe. Un listado de errores que llevo casi impresos en la memoria y con los cuales tengo vínculos estrechos. ¿Son los errores los que me definen, junto con los desaciertos? ¿O soy resultado de mis aciertos que, poco a poco, he olvidado? ¿Qué importancia tiene todo aquello en lo que uno no se equivoca? Cierto regocijo momentáneo, una palmada al hombro de nuestro ego, quizá.
Pienso en las veces que necesité levantarme y sacudirme el polvo. Pienso en las veces que tuve que continuar andando porque permanecer en el mismo lugar no era una opción. Pienso, también, en las consecuencias de seguir. Y me viene a la mente, de frente y sin censura alguna, la pulsión de renunciar. Una voz interna, que soy yo y al mismo tiempo no, me recuerda que todo puede estar peor y, por si fuera poco, comienza a cantarme los recuerdos de pérdida, de rechazo, de abandono y de expulsión, como si llevara todo ese tiempo en el que no se había manifestado, ensayando cada nota para que fuera más aguda a la hora de entonarla.
Cuando eso sucede, comienzo a sentir cómo mis manos se transforman en puños apretados, ávidos por detener el tiempo; intentando, a toda costa, impedir que llegue el futuro. Aferrados por controlar, aunque sea, esa mínima parte de mi cuerpo que suda y tiembla. Siento, de pronto, cómo cosquillea mi nuca y se me paralizan las piernas. Mi estómago se vuelve hueco y abismo, vacío y lleno al mismo tiempo. Mi corazón va tan rápido que pareciera que los latidos se estaban acumulando para que, en ese instante caótico y sin sentido, me recordaran que sigo viva. Y, justo ahí, comprendo que la ansiedad no puede ser más grande que la vitalidad, ni la renuncia más poderosa que la permanencia. Respiro, tomo agua, relajo mis manos y suelto todo aquello que no es mío: el miedo, la incertidumbre y las sospechas.
Aquí estoy, me digo. Me levanto y ando, ya sin polvo. El futuro llega, hacemos las paces mientras borro mi carta de renuncia y escribo este texto. La ansiedad se desprende de mí y vuelvo a ser yo: la suma de mis aciertos.