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Muros

  • El ornitorrinco
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  • Bárbara Hoyo

Todo lo que uno cree que debe de hacer para sentirse bien y, tal vez, es tan sencillo como empezar por no sentirnos mal cuando nos sentimos mal.

¿Alguna vez te sentiste culpable por no ser fuerte y dejar que tu vulnerabilidad brillara más que tu valentía? ¿Alguna vez dejaste de creer que todo, con tiempo de por medio, estaría bien? ¿Alguna vez rendirse fue una opción, pero te avergonzaste antes de aceptarlo?

¿Cuándo aprendiste que era necesario asumir que se pierde tanto como se gana? ¿Nadie te contó que sentirte mal, de vez en cuando, es tan humano como sentirte bien? ¿Quién se inventó lo del monopolio de la felicidad? ¿Decidiste comprar el cuento de los finales felices? Tal vez no somos tan princesas y tan príncipes como creíamos.

¿En qué momento pensamos que vale más estar contento que nostálgico? Quizá, decimos "ser feliz" y "estar triste" porque es justo en el lenguaje donde se nos asoma el deseo por acomodar lo permanente y lo transitorio. ¿Por qué categorizamos las emociones como si unas fueran más poderosas que otras o nos hicieran más persona? Como si ser humano se tratara de perseguir espacios de certidumbre y comodidad.

Mi abuela me decía que mi tristeza era grande porque era la suma de todas aquellas que no me permití sentir en su respectivo momento. Y es que cuando a uno se le desbordan las emociones acumuladas (sobre todo la tristeza), aunque salgan por montones (o litros), se vuelven interminables. Así, también, con la nostalgia, con la rabia y con la alegría. O con el resentimiento que, por ser un sentimiento doble cuando se acaba se recicla, y hay personas a las que las acompaña por siempre, como si supiera que si las abandona ya no queda espacio para nada. O, peor aún, cuando queda poco espacio y en él construyes un muro. Y las fronteras dejan de ser conceptos que dividen territorios y se convierten en creencias que dividen relaciones.

No sé, me parece que los muros son tan peligrosos como la indiferencia. Ser indiferente es borrarse, dejar de estar presente, eliminar al otro. La indiferencia hace más daño que la guerra. De la guerra muchas veces, con fortuna, se vuelve; de la indiferencia, no. ¿Por qué? Porque no está mal sentirse mal, pero sí está bien encontrar el camino adecuado para sentirse bien. O por lo menos arriesgarse a cruzar el puente por muy frágil que esté.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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