Cultura

Espejo

  • El ornitorrinco
  • Espejo
  • Bárbara Hoyo

Sucede que los seres humanos desarrollamos un tipo de neuronas que se activan cuando vemos reflejada nuestra conducta en otro ser humano. Estas neuronas especulares –o neuronas espejo– son las encargadas de la empatía y de la imitación. Son las culpables, por ejemplo, de que los bostezos sean contagiosos y, por si fuera poco, se alojan en la misma zona del cerebro donde se desarrolla el lenguaje. Así que, sin ellas, el aprendizaje sería imposible y nuestra vida social sería caótica. No se necesita hacer una gran investigación para determinar que unos tienen menos neuronas espejo que otros.

Este mecanismo se habilita a raíz de la observación: de ver lo que ve el otro, pero con nuestros propios ojos; de meterse en otra persona a través de nuestra experiencia; de leer nuestro relato en otras palabras, y de ser, tal cual, la imagen y semejanza de quien tenemos enfrente.

Enterarme de que existen estas maravillosas neuronas reitera mi ignorancia absoluta sobre el funcionamiento de mi cerebro (digo, por lo menos uno no debería desconocer cómo le funcionan las cosas que lleva dentro), pero, sobre todo, me hace pensar en todas esas personas en las que a primera vista no confío o me gustan o me molestan o me inquietan o, en un caso remoto, me enamoran. Pienso, del mismo modo, en esos instantes cuando conectamos con otra persona a tal grado que el sentido cronológico deja de tener relevancia. Esas personas que se vuelven piezas clave desde el primer momento y que sentimos que llevamos años de conocerlas apenas a los dos minutos de haberlas visto.

Cuánta falta hace mirar detenidamente a los ojos caleidoscópicos de los demás, que se mueven al ritmo de los nuestros y que revelan lo que somos e incluso lo que no somos; que nos dan la pauta para conocernos a través de la aventura que implica explorar a alguien más que no somos nosotros mismos, pero, al mismo tiempo, sí. Y que nos enseñan por un mínimo, pero inmenso momento, que lo que llevamos dentro también se encuentra afuera y que ese afuera que concebimos puede ser lo más profundo de alguien más.

A las neuronas espejo les debo el nacimiento de un <yo> que se construyó con un <tú>. Les debo saber que existo, aunque sea como un reflejo, en cada persona que observo y que me observa. Y cuando eso sucede nos tomamos de la mano, ya sea con el regocijo de saber que eso que florece soy yo, o con el absoluto rechazo de saber que eso que tanto me desagrada también soy yo.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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