La expulsada del Olimpo, la difamada, trasformada en monstruo sin merecerlo, aún hoy sigue perseguida, por los habitantes del nuevo Olimpo, el de la corrección política y la ignorancia. El artista argentino Luciano Garbati realizó la escultura inspirada en la espléndida obra maestra, del siglo XVI de Benvenuto Cellini, Perseo con la cabeza de Medusa.
Comisionada por la Ciudad de Nueva York, para instalarla en las inmediaciones de los juzgados en donde se dirime el oprobioso caso de Harvey Weinstein que desató el movimiento de Me Too. Garbati invirtió los papeles, hizo a Medusa la vencedora del enfrentamiento con Perseo, con la mirada fiera, el cuerpo seguro, fuerte, lleva en la mano la cabeza de su víctima.
La obra reivindica no sólo a las mujeres, acusadas de ser monstruos, de ser culpables de poseer un cuerpo, da a Medusa el sitio que le corresponde como un espíritu incomprendido, poseedora de sabiduría y valor, que nos enseña a tomar el riesgo de conocernos. La pieza es dramática, con un rostro expresivo, revelador, realizada con gran oficio y cuidado, sin embargo, el contingente de lo políticamente correcto, saltó de sus tribunas, juzgó y emitió un veredicto.
En el absurdo, deciden qué lucha es justa y cual no, se nombran dueños de lo que debe ser defendido y el modo de hacerlo, y la dirigen a su corta visión. El New York Times realizó varias entrevistas y una fotógrafa feminista dice que por qué la hizo un hombre, los hombres están fuera del Me Too, ¡Increíble!, deciden que por ser hombres son culpables o sospechosos, hay millones de hombres honestos, decentes, leales, justos, que se indignan por los abusos en contra de las mujeres. Es aberrante que cualquier persona sea culpable únicamente por su sexo, sean mujeres o sean hombres. En otra opinión, una artista afroamericana dice que “la modelo es una mujer blanca, y un formato clásico” que “no hay diversidad”, ¡blanca! Es un bronce, y Medusa podría haber sido verde o azul, vivía en el inframundo, tenía serpientes en la cabeza, no tenía “raza”, la habían despojado de su humanidad. En otra opinión, acusan que debería llevar la cabeza de Poseidón, su violador, y no la de Perseo, cuando es evidente que éste fue su asesino, y que la obra permite un triunfo de una víctima que peleó en condiciones desiguales, y que por virtud del arte, hoy es vencedora.
La radicalización de esta corrección absolutista se convierte en la nueva intolerancia. La oportunidad de reivindicar a Medusa, de reescribir el mito se volvió, como el escudo brillante de Perseo, hacia las que pretenden que la verdad es una propiedad exclusiva y la exhibe en su abuso ideológico. Medusa otra vez vuelve a ser incomprendida y marginada, victimizada por quienes se creen justos, un día podrá hacer justicia, y lo hará.