La fealdad carece de límites, mientras la belleza existe a través de sus fronteras. La novela de Víctor Hugo El Jorobado de Notre Dame reúne el esperpento con la complejidad de las construcciones góticas de París en la Edad Media. Se sumerge en las calles, en los lodazales, en las construcciones de piedra que esconden una población camaleónica, cínica, vengativa que él llama la Corte de los Milagros. La novela de Valle Inclán y la del nobel egipcio Naguib Mahfuz son derivaciones de la descomunal historia de Víctor Hugo.
El gran personaje es la Catedral de Notre Dame a enmarcada en la arquitectura gótica en su simbología y presencia, la abigarrada urbanización que crece al capricho de los reyes y es destruida para dar sitio a otras construcciones. Dice “los arquitectos hacen más daño que las revoluciones y las guerras”. La Corte de los Milagros son los mendigos de ParÍs, que se reúnen en una plaza que coincide con tres conventos. Es un espacio pagano, gobernados por su propio rey, que como todos ellos cambia sus llagas por piernas mutiladas y deformidades inventadas para sobrevivir robando y pidiendo caridad. Quien entra en esa cofradía es bendecido con el milagro de sus falsas llagas.
En el recorrido Hugo nos narra la historia de la ciudad, describe detalladamente la arquitectura del gótico hasta que llegamos a Notre Dame. La historia de Quasimodo y sus deformidades convierte a su cuerpo en una escultura gótica. El jorobado es adoptado por el diácono de la iglesia. Vive y crece en ella, es “su huevo, su cama, su casa, su patria y su universo”.
En esa arquitectura no es juzgado ni rechazado, duerme entre las esculturas de reyes que lo miran con su hermosa paz. Cuelga de las torres, se trepa por las paredes y con su fuerza, su acrobática agilidad, Víctor Hugo recorre cada espacio de esa misteriosa catedral que esconde secretos de la alquimia. La catedral es la madre de Quasimodo, ama a sus campanas, las acaricia, culpables de su sordera, siente que sus vibraciones lo llenan de esa emoción que se debe comparar al amor, al llanto, a la exultante alegría. El jorobado no está solo, esa arquitectura monumental lo cobija con un caparazón, el monumental manto del rey, el único que ha tocado cada espacio de ese cuerpo de piedra.
Víctor Hugo describe a las catedrales como libros de piedra, en donde se leía la simbología religiosa, analiza el sentido sacro y trascendental del espacio. Teme que los libros impresos que han revolucionado el conocimiento, despojen a la arquitectura de su misión sacra, que se convierta en decoración, “los bloques de piedra serán sustituidos por los bloques de plomo de Gutenberg”. Quasimodo viviendo en la catedral consagra su simbología, al ser condenado por su sordera y torturado con escarnio, describe una crucifixión, víctima de la masa obscena y salvaje. En ese cuerpo deforme lo sublime nace, conmueve y deslumbra.