Los escasos recursos creativos del Arte VIP, obliga a sus seguidores a buscar otros caminos. La vida es dura, de eso no hay discusión, los años pasan, el olvido es un fantasma que acecha detrás de la máscara de la fama. Vemos como los artistas VIP comienzan a inventar razones para que las redes, los medios de comunicación y el volátil e inestable público les presten unos minutos de su atención.
Marina Abramovic, aburrida de sus aburridos performances, de sus exposiciones en las que repite lo que no debería repetir, porque traiciona la esencia del performance, se aventura a lanzar su línea de cosméticos para skin care. Las reglas del marketing dictan que, si contratas a una celebridad para usar su nombre y su imagen en una línea de belleza, es porque posee algo en su físico que deseas alcanzar, así esas cremas y tratamientos, te dan la fugaz idea de que estás en el camino de realizar ese sueño.
Marina Abramovic no es una inspiración para eso, proclama que con sus productos alcanzaras la longevidad. Ese sueño, por lo menos en el arte, se alcanza con trascendencia, y si algo tiene su obra es que ha caducado. La campaña de publicidad es una cursi y sobre actuada explicación de los beneficios de sus productos, llega a la autoparodia. Todos tienen derecho a sobrevivir, es evidente que ya no está en edad de latiguearse y desnudarse en público, pero incursionar en la industria de la belleza si el antecedente es su performance pintando en las paredes consignas con sangre y golpearse con vísceras y restos cárnicos de animales.
Cada producto está acompañado por textos verborreicos y extralargos, un claro vicio del oficio. Explicaciones que no son ni científicas, ni comerciales, simplemente la palabrería que el Arte VIP utiliza para convencernos de que es arte. Dudo que eso nos convenza de que esas cremas funcionan.
La pregunta de marketing es ¿quién es el consumidor de esos productos? ¿Los artistas VIP? ¿Los aspirantes a performanceros? ¿los curadores? ¿coleccionistas de arte? Es un gremio que se preocupa por el cambio climático y los debates pseudo sociales de las redes, pero no por su apariencia, y en el caso de los coleccionistas, no creo que aspiren a verse como la Abramovic, eso no lo aspira nadie.
Lo que estamos presenciando es la agonía de un estilo que se ve acorralado por sus limitaciones creativas. Jeff Koons envía a la Luna decenas de sus esculturas. Hace bien, ya no las puede vender en este planeta, allá que se conviertan en basura espacial, además en la Luna no hay derechos de autor, así que ningún marciano lo va a demandar por plagio. El siguiente paso será que Damien Hirst diseñe cortinas de baño con sus lunares de colores, ya quemó cientos de obras, justamente porque no las pudo vender. La solución es la diversificación.