Colombia ha sido, probablemente, el aliado más importante que han tenido los Estados Unidos en América del Sur. Al menos así había sido hasta hace unas semanas. Lo que comenzó como una serie de opiniones del presidente Gustavo Petro en contra del régimen estadounidense, pronto se convirtió en una andanada de ataques personales dirigidos al presidente Donald Trump. Al final de su participación en la Asamblea General de la ONU, el presidente Petro incluso transformó aún más su discurso, y lo convirtió en una protesta en plaza pública, con llamados a la desobediencia del ejército norteamericano frente a la autoridad de su comandante en jefe.
Las consecuencias no tardaron en llegar. Washington retiró la visa al mandatario colombiano y, poco después, despojó a Colombia de su certificación como país colaborador en la lucha contra el narcotráfico. Desde entonces, los ataques de Petro se endurecieron, pero la respuesta norteamericana fue aún más feroz, porque Trump lo tachó de aliado del terrorismo y amenazó implícitamente con represalias sobre el territorio colombiano: una advertencia sumamente grave.
El que había sido el socio más cercano de Estados Unidos en el Cono Sur pasó a ser tratado como un enemigo al nivel de Venezuela. Así, la ayuda militar estadounidense, valuada en miles de millones de dólares, fue completamente suspendida. Incluso la seguridad de la Casa de Nariño, la sede presidencial, dependía en buena parte de dicha cooperación.
El golpe no es sólo diplomático: es económico y estratégico. La pérdida de inversión extranjera, la caída del grado de inversión y el nerviosismo en las fuerzas armadas —históricamente cercanas al ejército estadounidense— dibujan un panorama alarmante. Petro enfrenta ahora una serie de fracturas internas, además de un escenario inédito y peligroso para la estabilidad del país.
No obstante, y de alguna manera, el presidente Petro parece no estar tan preocupado, porque en realidad ha conseguido lo que buscaba: un enemigo externo que unifique su narrativa política hacia el 2027. El problema es que el costo ha resultado altísimo, y el beneficio, incierto.
Al final, este conflicto en realidad no parece ser entre Colombia y Estados Unidos, sino entre Petro y Trump. Al entender la gravedad, Petro acudió ya a disculparse a la embajada estadounidense en Bogotá, pero lo más probable es que esto no sea suficiente. Lo que sí es claro es que Colombia enfrentará algunos meses amargos de sequía en materia económica, diplomática y de cooperación. Esperemos que, una vez pasada la tormenta, resurja una cercanía que, por décadas, mantuvo en equilibrio a buena parte del hemisferio occidental. Y esta es la reflexión regional de tu Sala de Consejo semanal.