Política

La trampa

La trampa es sencilla, pero a la vez sumamente sofisticada. En el mundo contemporáneo, los humanos nos estamos convirtiendo en zombies de los algoritmos digitales, a partir de nuestras carencias emocionales.

Repito, es sencillo y a la vez sofisticado: las plataformas de redes sociales extraen nuestras preferencias e información para perfeccionar sus algoritmos, atrapándonos en canales diseñados para mantenernos enganchados a contenido que nos provoca fuertes reacciones emocionales, que provienen de imágenes que conectan con nuestros vacíos y aspiraciones emocionales: el miedo, la ambición, el abandono, la rabia, lo sexual, lo bello y lo espiritual.

Cualquier contenido que genere estos sentimientos obtiene más participación, se amplifica y se difunde hasta el cansancio, porque el ingreso de las redes sociales depende del tráfico de audiencia para vender publicidad. Si a esto agregamos que las redes sociales nos dan el superpoder de la invisibilidad, el problema se agrava: al que insultamos lo tenemos lejos y por eso lo atacamos sin piedad.

Es así cómo ver contenido intenso en línea nos hace sentir y reflejar fuertes emociones que, al ser manipuladas, alteran nuestro comportamiento sin control. Esta desinformación emocional selectiva e irrazonada puede entonces construir o destruir cualquier estructura social intangible o tangible, desde la confianza y la coordinación hasta el sistema democrático o la prensa libre. Partiendo de generar potentes emociones visuales que resuenan con nuestros bien estudiados huecos afectivos, es posible desacreditar, sembrar duda, crear encono y, con ello, llevarnos a estar de acuerdo con el colapso de cualquier institución. Así hemos pasado de un fenómeno tecnológico que es maravilloso, las redes sociales, a la lamentable destrucción autoritaria de sistemas democráticos completos en el mundo.

¿Se puede remediar? Sí, pero hacerlo involucraría la intervención de los actores tanto públicos como privados que precisamente se están beneficiando de este caos, así que en teoría se podría, pero en la realidad es casi imposible. Y es que la solución es complicada porque tiene varios niveles. Primero, hay que sanar a la población de tanta desesperación emocional, algo extremadamente complejo. Mientras tanto, habría que pasar leyes que reorientaran y limitaran contenidos, algo impensable en una sociedad que prefiere el suicidio que la censura. Finalmente, habría que educar para la conciencia crítica y la empatía, dos cosas que hoy nadie quiere practicar.

Pero, como bien dicen, la esperanza muere al último y ojalá que después de este desastre, algún día tomemos la decisión de construir un mundo digital más sano. Eso, claro, si aún nos queda alguna libertad por defender y algún criterio para decidir. Es el apocalipsis digital de tu Sala de Consejo semanal.


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Arnulfo Valdivia Machuca
  • Arnulfo Valdivia Machuca
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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