Para Claus y Rich.
La final del US Open 2020 entre Alexander Zverev y Dominic Thiem será recordada como uno de los desenlaces con más drama, adrenalina y emoción de los últimos tiempos. Cierto, no fue un partido de gran nivel tenístico porque al final pudieron más los errores que los aciertos, pero esta atípica final con estadio vacío dejó grandes lecciones para analizar.
Cualquiera que hubiera sido el vencedor se habría convertido en el primer tenista nacido en los noventa que ganaba un Grand Slam (Federer, Nadal, Djokovic, Wawrinka, Murray, Del Potro y Cilic tienen más de 30 años).
Tal vez por eso los comentaristas lo encasillaron como un partido entre dos jóvenes, sin puntualizar que Mats Wilander, Boris Becker o Michael Chang tenían 10 años menos que Thiem cuando ganaron su primer Grand Slam, o que Rafa Nadal tenía cuatro años menos que Zverev cuando ganó el primero de sus 12 Roland Garros.
Lo que sí es que ambos, tanto Thiem como Zverev, sabían que tenían una oportunidad casi única en el presente de poder agenciarse un Grand Slam ante la ausencia de los tres grandes dominadores de Grand Slam de los últimos 15 años (Federer, Nadal o Djokovic) ya sea por ausencia o descalificación.
Zverev venía de ganar una semifinal en cinco sets ante Pablo Carreño. Lo cual más que un partido extenso y agotador, fue el reflejo de un Zverev muy impreciso en los dos primeros sets y que a partir del tercero sus servicios a más de 130 millas por hora le permitieron ganar de manera contundente el partido.
Por el contrario, Thiem aunque solo requirió de sets seguidos para vencer a Medvedev en su semifinal, el segundo y tercero fueron de un nivel tan alto físico y mental que la factura para el austriaco fue mas agotadora que la del propio Zverev en su partido de cinco sets.
La final pudo reflejar algo de lo que aquí expongo cuando un Alexander Zverev, sólido, suelto y fresco se llevó los primeros dos sets de calle y se fue rápidamente con un break arriba en el tercero, haciéndole creer al mundo del tenis que era cuestión de minutos para alcanzar su primer Grand Slam.
Por el contrario, un "tocado" Thiem se veía desgastado, impotente, frustrado y sin el físico suficiente para poder hacer una remontada que tenía más de 70 años que no sucedía en una final de US Open.
Pero si el físico hacía merma en Thiem, la mente comenzó a hacer lo propio con Zverev. Ante la posibilidad evidente, casi inminente, de una victoria, la cabeza empezó a traicionar a Zverev, situación que fue aprovechada por el austriaco para poder remontar los dos siguientes sets para irse a un quinto y definitivo.
Esto es, para irnos a una quinta manga, no bastó que Thiem jugará mejor, sino que requirió necesariamente de la complicidad de un Zverev, que como Thiem en los dos primeros sets, comenzó a cometer errores no forzados, impensables para un top ten del ranking mundial que estaba próximo a ganar un Grand Slam.
Fue así como llegamos a un quinto set que será recordado como uno de los más dramáticos y emocionantes de la historia, en donde la suma de errores en momentos clave nos dejó patente que no son máquinas, y que como cualquier jugador de club, los nervios, la tensión o el miedo pueden hacer mella hasta en los mejores deportistas del mundo.
Thiem comenzó rompiendo el saque del alemán al inicio del quinto set para irse 2-0, haciéndonos creer que sería un quinto set fácil para el austriaco (máxime que venía de ganar los dos últimos). Pero después Zverev se recuperó y ante el inicio de dolencias físicas de Thiem, le dio la vuelta al marcador, y con dos breaks, se fue 5-3 y el saque. Zverev necesitaba solo conservar su saque para ser el nuevo ganador del US Open.
Y aquí comenzó lo impensable. El alemán, un tenista joven y fuerte, que en la semifinal llegó a hacer servicios de 135 millas en su primer saque y de 130 millas en el segundo, hizo cuatro errores no forzados y perdió su servicio sin meter las manos, como se diría por ahí.
Thiem empató el marcador a cinco y le volvió a romper a Zverev, quien para entonces algunos de sus servicios pasaron de 135 a 108 millas por hora en su primer saque, y de 130 a 78 millas en su segundo. Literal, el alemán fue presa de los nervios y se paralizó.
Ahora Thiem, con 6-5 y el saque estaba a nada de la gloria, pero la mente y los calambres hicieron lo propio con el austriaco. Con dos bolas para partido, Thiem las falló (para esas alturas, ninguno ganaba un punto, sino que el otro la fallaba) y sin poder casi moverse con soltura por los calambres, Thiem perdió su saque y llevó todo a un tie break para decidir al nuevo campeón.
Cuando Thiem dejó ir el partido en ese 6-5 y 40/15 ya era por demás notorio su dificultad para moverse. Sin piernas, ante un alemán top ten, de casi dos metros de estatura con saques de 130 millas por hora, en el papel, nadie podría apostar por Thiem. Más aún cuando Zverev se fue 2-0 en el tie-break.
Pero una vez más los nervios traicionaron a Zverev. El alemán no podía meter su saque, el cual cada vez iba más "despacio" y con dos dobles faltas le dio vida a un Thiem que se fue 6-4 y su saque para terminar el partido.
A un punto de la victoria, ahora le tocó a Thiem perder otros dos match point a su favor, y empatar a seis el tie break, para que el nuevo campeón lo fuera el tenista que ganara solo dos puntos seguidos.
Ante una nueva falla de Zverev, Thiem se alzó por fin con el triunfo por 8-6 en la muerte súbita del último set. Había ganado el que cometió, al final, menos errores. Pero la historia no recordará la suma de errores, sino el desenlace cardiaco entre dos hombres que dieron todo de sí, en el estadio más grande del mundo, completamente vacío.
En la ceremonia de premiación Zverev se “quebró” como en el 2009 lo hizo Federer en Australia o Murray en el 2012 en Wimbledon. Sus palabras no reflejaron al hombre, sino al “chico” que extrañó a sus papás, aquel mismo que dos horas antes ganaba con holgura y que ante la televisión no pudo decir que había fallado, que lo habían traicionado los nervios.
No tengo duda de que Alexander Zverev representa en imagen todo lo que cualquier marca quisiera patrocinar; sin embargo, el domingo Zverev perdió más que un partido. Hoy, los analistas deportivos se cuestionan si el alemán tiene el carácter o la mentalidad que se necesita para ser un futuro número uno del mundo.
Por lo pronto, los demonios en su cabeza estarán presentes. No será fácil olvidar la derrota de este domingo en la forma como se dio. Muchos dirán que no tiene nada que ver, pero este partido me hizo recordar a Guillermo Coria en la final de Roland Garros en 2004, cuando el “Mago” apabullaba dos sets a cero a su compatriota Gastón Gaudio y al final perdió el partido con todo y que tuvo dos match point a su favor.
Coria no volvió a estar cerca de ganar un Grand Slam y se retiró a edad muy temprana. No creo que sea el caso de Zverev, pero tendrá que trabajar algo más que el físico o la técnica para terminar por arriba de Tsitsipas, Medvedev, Shapavalov o Felix Auger-Aliassime en el ranking mundial en unos años.