Alguna ocasión se le ocurrió a un improvisado chef preparar la torta más grande del mundo o una tontería similar en busca de un récord Guinness, en la Plaza de la Constitución, y con la colega Marysol García nos dimos a la tarea de contrastar el gran número de marcas de mexicanos en ese renglón frente a las estadísticas del país respecto a sus pares miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Huelga traer de nuevo aquellas cifras al papel, pero frente a la cantidad de proezas nacionales dignas de competencia con el mundo, como la serenata con mariachi más grande, la sesión de boxeo con más practicantes o algún inmenso tamal con más cara de zacahuil, por el contrario casi todos los indicadores que mide la OCDE nos ponían en los últimos lugares.
Mientras esos contrasten perviven y se acentúan al paso del tiempo, otras realidades se afianzan sin importar que haya transformaciones en tecnología, educación y apoyos sociales. El premio Nobel francés Le Clézio me comentó en una entrevista que le sorprendía que la primera noticia que vio en los titulares de los diarios recién llegado a tierra mexicana, en los años setenta, haya sido el asesinato por una discusión en una taquería, y que enfilada la segunda década del siglo XXI las cosas poco hayan cambiado.
No es que no haya asesinatos en todo el mundo. Vaya, hasta caníbales como el de una zona paupérrima del Estado de México ha habido, por ejemplo, en un pequeño poblado medieval bávaro, Rotemburgo, sin que se pueda alegar allá que la pobreza y la violencia hayan sido el caldo de cultivo que propiciara la aparición de ese criminal bautizado como El Monstruo. Pero los casos que en otros horizontes son aislados aquí son cíclicos.
Recordaba todo eso por la irrupción de la señora Carlota, que memes aparte, ha dejado a todos con la boca abierta por su destreza en la carga de su pistola, la puntería y la sangre fría con la que cometió un crimen grabado en video, primero con la versión de que desalojaba a unos paracaidistas, después con la incógnita sobre sus móviles, porque la familia baleada vivía desde hace dos años ahí. En el país de los récords Guinness y en el sótano de la OCDE, una anciana empistolada nos baja de nuevo a la realidad.