Anoche leí con nostalgia, en la redacción de nuestro diario, la nota de Alma Paola Wong con un desfile de nombres de chavorrucos, la mayoría más lo segundo que lo primero, que le cayeron en banda al Congreso de Ciudad de México en Donceles no para armar una tocada ochentera, sino para respaldar la iniciativa de una diputada morenista que busca instituir el Día del Rocanrol mexicano.
El pretexto, relató la diputada Elizabeth Mateos Hernández frente a una nutrida representación de roqueros de sesenta y más encabezada, por supuesto, por Alex Lora y damita que lo acompaña, es la efeméride del Festival de Rock y Ruedas que tuvo lugar 11 y 12 de septiembre de 1971 en Avándaro, Valle de Bravo, en réplica al legendario Woodstock gringo jipioso de 1969 en Nueva York.
Ya inspirada, la legisladora metida a promotora de grupos sacó, hay que imaginar que de un morral de mezclilla con estoperoles, las frases y eslóganes más pegadores de los años ochenta, como que “el rock no es moda, el rock es cultura, es comunidad, es identidad” y que sus protagonistas “son cronistas de la ciudad, poetas de la rebeldía, voces de quienes nunca se rinden”. Nomás le faltó usar como distintivo aquel sello con el que se promovían los discos nacionales: “Rock en tu idioma”.
Más entusiasmada que el líder del Tri a medio concierto en el Reclusorio Oriente y su intercambio de mentadas con el poco respetable auditorio, ahora la legisladora no se contuvo para lanzar unos vivas, aprovechando que es el mes patrio, con variantes como “el rock no muere”, “el rock resiste”, “el rock transforma”, “¡que viva el rocanrol!” y “¡que viva el rocanrol mexicano!”.
La muchachada de visita, como Kenny la de Los Eléctricos y músicos de Los de Abajo, La Castañeda, Real de Catorce, Las Víctimas del Doctor Cerebro y Los Rebeldes del Rock, entre otros, se sumaron a la euforia para que Ciudad de México, así como ya lo hizo el Congreso mexiquense, replique la fecha y la conviertan en una conmemoración oficial, faltaba más, a ritmo de “Soy un chavo de onda”.
Como les decía, la nostalgia se impuso, pero falló el timing. En medio de la tragedia de Iztapalapa, ¿cómo no se les ocurrió aplazar este acto?