En el pasado año de 2012, el ambiente parecía propicio para la protesta. Estábamos ya demasiado hartxs luego de un sexenio encabezado por funcionarios corruptos que impuso el terror como forma de vida: más de 100 mil muertes violentas en un país en el que, oficialmente, no pasaba nada. Lxs jóvenes de entonces, conscientes de la cancelación de nuestro futuro, vimos en las protestas de la Primavera Árabe un estilo de esperanzador paradigma:
Un modelo a seguir para salir del círculo de corrupción, impunidad y muerte al que nos condenó la ineficacia de un gobierno que creyó, de verdad, que la solución estaba en la confrontación violenta y no en la transformación profunda que implica mayor inversión en educación de calidad, el rescate de espacios públicos y la eficaz renovación de un sistema de justicia anquilosado y retrógrada.
Los elementos estaban ahí:
1) El anhelo de libertad contra un futuro de represión: la justicia contra los beneficios para unos pocos, las ideas contra la violencia, la paz contra la sangre.
2) Jóvenes cansadxs y hartxs de un sistema que les ofertaba muy poco: futuro incierto, incapacidad de bonanza y también de desarrollo, entre otros aspectos.
3) El poder unificador y, hasta cierto punto, clandestino (en ese entonces) de internet y las redes sociales: wikileaks, anonymous, tuíter… y
4) Primavera: mayo y los ecos de Francia y el 68, la no muy lejana primavera árabe: Túnez, Egipto, Argelia, Siria, Yemen…
¿Qué hicimos mal?, ¿qué nos falló? Lanzar la primera piedra. Eso. Afortunadamente, ocho años después, lo hicieron ellas.
@eljalf