La reflexión que nos provoca todo lo relacionado con un nuevo marco curricular se asocia de manera particular con el desafío de pensar diferente, de trascender los esquemas de pensamiento y acción que han determinado nuestras prácticas durante décadas. Hoy en día tenemos que asumir el reto que representa el mundo complejo y diverso en todas sus actividades. En paralelo, pensar en la construcción de una sociedad más justa y democrática y en el ambiente natural que nos rodea. Pensar entonces en la responsabilidad ciudadana que ello implica. En esta construcción social tenemos que reconocer que hay distintas maneras de pensar y expresar la diversidad humana. Trascender el pensamiento único parece ser el gran desafío.
El concepto de pensamiento único fue descrito por primera vez por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer en 1819 como aquel pensamiento que se sostiene a sí mismo, constituyendo una unidad lógica independiente - por más amplio y complejo que sea - sin tener que hacer referencia a otras componentes de un sistema de pensamiento. En el sentido que él dio al término, «único» denota más bien ‘unidad’ o ‘integración’. Partiendo de la crítica de la razón pura, de Immanuel Kant, Schopenhauer concluyó que nuestras representaciones de la diversidad del mundo son la expresión de una unidad, que él englobó en el concepto de «voluntad». Un pensamiento único es, en el sistema de Schopenhauer, aquel que se sustenta a sí mismo, que se hace integral en la voluntad. (Schopenhauer, Arthur:2006).
Marcuse no se refirió directamente a un «pensamiento único», pero describió un concepto claramente emparentado con el uso más actual del término: el «pensamiento unidimensional». En su ensayo “El hombre unidimensional” Marcuse realiza una crítica profunda del estado de la sociedad tecnológica de su tiempo. Describe los mecanismos a través de los cuales en el discurso público y en el quehacer de la ciencia, validada exclusivamente por la tecnología, se ha impuesto un pensamiento “positivo” (positivista). Esta forma de pensamiento, positivo y operacional, es lo que Marcuse denominó “pensamiento unidimensional”. En este esquema de pensamiento, la reflexión acerca de la complejidad y la contradicción, cuestiones que implicarían elementos cualitativos, carecen absolutamente de importancia o no encuentra lugar en el espacio discursivo. (Marcuse, Herbert: 1964).
Derivado de las políticas neoliberales, cuya esencia es la lógica del mercado y la racionalidad técnica, las reformas educativas y curriculares tuvieron la intención de promover un pensamiento único en la orientación del comportamiento de los sujetos. Se trata del pensamiento hegemónico en occidente desde 1980. Su aparición coincide con un fenómeno económico de gran relevancia, la globalización. Globalización, que viene unida a la reaparición del pensamiento liberal o neoliberalismo que propician la aparición del concepto. En razón a ello, una de las críticas más fuertes al pensamiento único fue la referida a sus vínculos con la economía y el desdén hacia otras formas de pensamiento. No olvidemos, por ejemplo, el desplazamiento que sufrieron las asignaturas de filosofía, la ética y la historia. En síntesis, el pensamiento único se caracteriza por dar primacía a lo económico sobre lo político, identificar mercado con democracia y el tratamiento de la persona como recurso humano.
La penetración del pensamiento único en el campo de la educación nos obliga a una ruptura de pensamiento y la propuesta de un currículum distinto se puede constituir en un dispositivo para ello. El fundamento teórico-epistemológico de la Nueva Escuela Mexicana nos coloca en la posibilidad de pensar diferente lo social y lo educativo, apropiarnos de ese fundamento y articularlo a la práctica cotidiana es una vía de ruptura con el pensamiento único.