
Tengo dos pretextos que juntos hacen la tormenta perfecta. El regreso a clases de millones de docentes y de alumnos, y el hecho de que recientemente alguien me preguntaba sobre mis experiencias sobre conductismo y constructivismo, con el fin de zanjar toda posible discusión sobre cuál método educativo es mejor.
Comentaba, palabras más, palabras menos, que lo primero a tomar en cuenta con los contextos, gran parte de su éxito y su fracaso, son las condiciones en las que se implemente uno u otro método. Por si solos uno y otro son tan exitosos como inservibles. Debemos dar el justo valor a todos los factores que intervienen en el proceso.
Con el conductismo (imperante en las aulas) se logra que al menos de manera momentánea el alumnado haga lo que el docente quiera. Con el constructivismo se logra que en ciertas dimensiones el alumno (de uno en uno) descubra algunas de sus capacidades y se sorprenda al ponerlas en práctica por un momento.
Los griegos sabían que hay dos tareas imposibles: gobernar y educar. Sigmund Freud agregaría que la tercera es psicoanalizar. Se consideran imposibles porque se trata de gobernar como domar y de educar como condicionar para que las personas actúen en cierto sentido.
Volvamos al inicio. Decía que el contexto es importante (siempre) porque puede ser que el experto en constructivismo ponga a disposición todas sus cualidades y capacidades para desarrollar los mejores ambientes educativos, pero si esa no es la realidad del educando, poco o nada va a lograr.
Dicho de otra manera, si la persona a educar recibe de todos sus entornos condicionamientos, lo más seguro es que vaya a demandar de cada nuevo lugar al que vaya esas mismas condiciones. Es decir, que se le diga qué hacer, qué no hacer, cuándo hacerlo cómo hacerlo, y esperará que tras hacerlo se le dé una calificación, buena, mala, un premio o un castigo.
Desde luego también existen las excepciones. Habrá quien tras estar en un ecosistema de estímulo-respuesta busque otra cosa, que el sentido no le venga del exterior, sino que esté presto a ponerle al mundo lo que hay en su ser.
Lo que yo me pregunto no es si uno u otro sistema son mejores, la interrogante que me hago es ¿se puede no ser conductista?
Incluso en el psicoanálisis, que se jacta de no ser directivo en la cura, lo que implica que no le decimos al paciente lo que debe o no debe hacer, por mínimo que sea, me topo con prácticas que me remiten sí o sí al conductismo.
Por ejemplo, se acuerda con el paciente un día o días y una hora determinada para las sesiones de análisis. Siempre en los mismos días y en las mismas horas. Ni minutos antes ni minutos después. Tratar de modificarlas es casi un asunto de la burocracia dorada. Además,deben estar medidas por una periodicidad corta, no pueden ser una por mes o dos por año, por decir algo.Si se falta a las sesiones, se le dice al paciente que debe pagarlas económicamente porque “hubo lugar a la consulta”. Si alguien quiere “abandonar su proceso” se le dice, “te espero la siguiente semana”.
Todas estas prácticas muy comunes en el psicoanálisis para mí están impregnadas de conductismo. De una conducción de las pulsiones, de un premio o un castigo.
Si desde esta teoría trabajamos con el tiempo lógico no el cronológico; entonces, por qué se impone la fecha en el calendario y la hora del reloj.
Quizá al final el conductismo no es el malo de la película, solamente se le ha exigido de más y se considera como la panacea para todos los males de la humanidad. Pedirle lo que no puede dar, es una mala decisión de quien lo demanda no del imposibilitado a satisfacer esa demanda.