Política

Cuerpos sin historia

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • Cuerpos sin historia
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

Imagine que mañana amanece con fiebre, con diarrea o con una gripe descomunal.

Seguro se comunicará al trabajo y le dirán que vaya al médico y que se presente cuando las molestias ya no sean un impedimento para salir de la cama.

Si el asunto involucra hospitalización porque un órgano ya no funciona como debería o se ha roto algunos huesos, la licencia laboral será más fácil de conseguir.

Ahora piense qué pasaría si el malestar de la mañana hipotética trae consigo miedo de asomar la nariz a la calle, porque imagina que ese será el día de su muerte, se lo anuncia un dolor intenso en el pecho y una sudoración que no conocía; o se angustia porque el tiempo ha roto las manecillas del reloj y se ha estirado como chicle, perdiendo toda lógica lo que ocurre a su alrededor.

Pero no vayamos “tan lejos”. Resulta que hace un mes perdió a su mejor amigo y desde entonces no para de preguntarse si la vida tiene algún sentido ya dado. Si de algo sirve seguir siendo lo que llaman un buen ciudadano, un buen hijo, una buena esposa. Para qué si en cualquier momento, alguien que sabe que puede, le arrebata el último aliento, por un auto, un reloj, o porque no le dejó pasar primero en la calle.

Si se siente así, toma el teléfono para llamar a la oficina. No, espere. No lo hará. ¿Pero por qué? Porque con toda seguridad la gente creerá que está usted loco y no sólo perderá el empleo, si no se hará de un estigma tan pesado que es difícil seguir en esta vida.

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O en el mejor de los casos escuchará palabras de aliento, le dirán que le eche ganas, que no pasa nada, que no hay por qué temer, que la época de los monstruos hace tiempo debió superarla, que la vida es bella, que hay que seguir, que esas cosas pasan, que no tiene caso que se quede en casa, que hay que trabajar. Muchos “que” y nada de alivio.

Hace unas semanas mientras llegaba a la escuela, un adolescente en su último año de secundaria fue asesinado a balazos. En los noticiarios se dijo que “iban” por su papá. En las redes sociales los unos mostraban indignación, los otros culpaban al papá, defendían o culpaban a gobiernos. Y ya.

A los pocos días, o quizá a las pocas horas, otro crimen indignaba a unos, a otros les movía defender o culpar a gobiernos. Y otra vez. Y otra vez. Como en la película El día de la marmota.

Afuera del colegio se levantó un pequeño memorial, sus compañeros le escribieron algunas frases y prendieron veladoras. Al paso de los días he sido testigo de como algunas personas se detienen frente a él, leen las pocas letras que la lluvia no se ha llevado, se abrazan, se persignan y se van.

¿Por qué es más importante el cuerpo que la historia de las personas?

En la narrativa nacional nos faltan 43. Y se discute si hay más o menos homicidios, que se cuentan por miles. Se lleva el conteo de los feminicidios para exigir “justicia”. Pero nada más importa que los números.

¿Será acaso que los números no tienen sueños, pesadillas, angustias, aman, odian?

En lo individual la gente ruega porque su “desorden” alimenticio, conductual, emocional, sentimental, tenga un origen orgánico. Porque el cuerpo es lo único que validamos como real.

Curiosamente en la era en la cual, gracias a los medios sociales digitales, cualquiera expone su día a día, su vida, la historia es lo que menos importa. El cuerpo es el rey.

Siempre y cuando sea un cuerpo sin historia.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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