Política

Lo que Oliver Sacks nos enseñó

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • Lo que Oliver Sacks nos enseñó
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

Al momento de escribir esta colaboración tengo dos deseos que van íntimamente ligados, el primero de ellos es que este espacio tenga lectores y el segundo, que de ser así ojalá haya entre ellos personas que no tengan ni idea de que a inicios de la década de los noventa una película nos sacudió el alma y humedeció nuestros ojos. Se trata de Despertares, interpretada con sutil belleza por Robin Williams y Robert De Niro. La cinta está basada en las memorias del neurólogo británico Oliver Sacks que salieron a la luz 17 años antes, en el libro titulado de la misma manera.

El autor murió hace 10 años, pero apenas la semana previa ha vuelto a ser motivo de análisis y discusión porque Rachel Aviv publicó un interesante artículo en The New Yorker, en el que se revelan diarios que permanecían inéditos y en los que se aporta nueva información sobre su vida personal, su proceso psicoanalítico y también devela el tratamiento que le dio a algunos casos que luego llevó a la literatura en publicaciones como la antes mencionada o El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, otro de sus grandes éxitos editoriales.

La polémica que se ha desatado en estos tiempos de funa salvaje se debe a las licencias literarias que Sacks se dio a la hora de escribir sus casos clínicos de una manera novelada, y que él mismo llamó en privado “pure fabrications”, “fairy tales” y “autobiografía simbólica”. Sigmund Freud pasó por algo similar, pero con la gran diferencia que fueron sus pacientes en vida los que cuestionaron los relatos que sobre su tratamiento publicó el médico vienés. El pequeño Hans y el “hombre de los lobos” o Sergei Pankejeff, cuestionaron que su proceso haya sido de la manera en la que salió publicado.

Los más rabiosos críticos de Sacks provienen sin duda alguna de los círculos académicos de la psiquiatría y la neurología. Como todo círculo también los científicos excluyen y nunca dejan entrar (al menos no por completo) a lo que es diferente a ellos. Los señores de la ciencia y la disciplina son por lo regular adictos al leguaje encriptado, hermético, que les garantice que solo los “entendedores” de esos códigos pueden acceder a esa “sabiduría”.

Y Oliver Sacks hizo todo lo contrario -también Freud lo intentó, aunque sin mucho éxito porque al parecer él si quería ser alabado por la academia- sus escritos que hablan de enfermedades o presuntas enfermedades neurológicas, no se sustentan en el léxico de su profesión, sino que son asequibles para cualquier lector promedio.

Quizá lo logró porque su interés no oscila tanto en la sed de reconocimiento de que una cura para enfermedades que nos asombran y nos descolocan es posible, como en el hecho de volver humanos a los pacientes a los que la condición de animalidad les estaba destinada. A estos pacientes psiquiátricos les devolvió la capacidad de amar y ser amados, que durante siglos les fue negada.

Dejando de lado esta discusión, que como todas las que se dan en la época de los algoritmos y la polarización será difícil de superar; los nuevos documentos revelados por Rachel Aviv me han despertado la curiosidad por la relación que mantuvo con su psicoanalista Leonard Shengold, famoso por sus estudios sobre el abuso en la infancia, que a mi parecer retoma desde la propia experiencia de Daniel Paul Schreber.

Con Leonard Shengold mantuvo una relación terapéutica, por llamarla de algún modo -yo preferiría llamarla de acompañamiento terapéutico- de 49 años. Desde luego que esto contrasta con las nuevas terapias psi que se llaman “breves” o por objetivos. Y que no son más que productos comerciales muy vendidos y adquiridos dentro de la industria del trauma psicológico que se apoderó de la mayoría de las intervenciones psi. Esta longevidad en la consulta habla precisamente de lo que he señalado en este espacio en ocasiones anteriores, lo erróneo que es llamarle salud mental a la inevitable incomodidad que causa la vida y sus efectos.

Sacks tuvo una ruptura amorosa que le marco y le hizo llevar una vida célibe por 44 años, en los que se conflictuó por no aceptar su homosexualidad, pero en este tiempo su psicoanalista jamás lo orilló a que viviera abierta su homosexualidad. Es decir, le respetó y acompañó en todo su proceso. Cosa hoy impensable en las consultas psicológicas.

Y, por último, el neurólogo y el psicoanalista siempre mantuvieron la relación terapéutica como lo marcan los cánones del psicoanálisis, en las que se debe, en la medida de lo posible, dejar fuera los prejuicios; a pesar del largo tiempo juntos, nunca se llamaron por su nombre de pila, hasta una semana antes de la muerte de Sacks, cuando él le llamó para despedirse, “Goodbye, Oliver” -“Goodbye, Leonard”. Acto seguido, ambos lloran.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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