No han sido pocas las veces que debido al rumbo que toma el proceso terapéutico de mis analizantes les he colocado en la posición de preguntarse por qué no mejor en lugar de acudir a consulta se reúnen con sus amistades, toman un vino, una cerveza, unos bocadillos y platican plácidamente en una terraza o en un café.
Me queda claro que el psicoanalista al no ser una persona predeterminada sino una función, hará las veces de padre, madre, amiga, amigo, primo, jefe, vecino, y que se debe estar en disposición de permitir que eso opere. Pero es un error encarnar la posición que se le ha asignado en la dirección de la cura. Es decir, debe a toda costa ser el padre, la madre, el amigo, la amiga, el confidente, el jefe.
Hay que permitir la formación de estos lazos libidinales fantasmáticos y salir volando cuando el tiempo y las circunstancias lo permitan. Un poco como lo hace Mary Poppins, la mítica niñera que llega a la casa de los Banks, no a poner orden sino a curar como lo hace un curador de arte, acompaña y desaparece.
Hoy me pregunto, al igual que cuando orillo a que los pacientes se cuestionen, ¿será que hoy existe la posibilidad de tener amigos, o como diría Aristóteles: “queridos amigos, no hay amigos?”
Hace un cuarto de siglo Pablo Milanés escribió una extraordinaria canción a la que tituló “Éxodo” y que seguramente hace referencia a la huida de los cubanos de la isla. “¿Dónde están los amigos que tuve ayer? / ¿Qué les pasó? / ¿Qué sucedió? / ¿A dónde fueron? / Qué triste estoy.”
La irrupción de las inicialmente llamadas redes sociales prometía acercar a los amigos con los amigos. Tejer una suerte de telaraña en la que pudiéramos recorrer de un extremo a otro la vida de nuestros conocidos y también ampliar nuestros horizontes de fraternidad. El sueño de tener un millón de amigos y así poder cantar más fuerte que Erasmo Cortés y Roberto Carlos, se convirtió en pesadilla, porque quedamos atrapados como moscas fosilizadas, inmóviles consumiendo los contenidos que un algoritmo nos obliga a ver una y otra vez.
“¿Dónde están? / Ayer vieron a Pepe allí, a Juan acá, a Hildita allí, y a Vladimir y a Tomas allá.”
¿En dónde están los amigos? Ahora que estamos peligrosamente cómodos en tribus identitarias cerradas a la otredad, no habría que olvidar que incluso algunas corrientes psi nos obligan a expulsar de nuestra vida a quien no aporta, a quien nos roba la energía, a los tóxicos. Hemos cumplido a pie juntillas esta ordenanza al grado tal que cada vez más personas optan por ChatGtp como su principal vínculo (para)social.
“Ese Pepe, qué carpintero. Juan, el electrónico, que inventó/ más de una cosa para apretar al enemigo. Hildita, directora de orquesta, ¡qué estelar! Vladimir, empresario, cuántas broncas me echó por liberal. y Tomás, el pintor, de esos bellos paisajes / que ya no están.”
Esa, como lo escribió Milanés, es la esencia de la amistad. La diferencia, no la identidad que esa es meramente imaginaria y como tal imposible sostener por la realidad y por la simbolización. Es decir, no se anuda y se evapora. Los amigos que añora Pablo son el carpintero, la directora de orquesta, el empresario y el pintor. Todos diferentes.
Ta vez esa sea el motivo por el cual más personas buscan en la terapia al amigo que perdieron, al que ya no está. Pero mal hace el terapeuta o la Inteligencia Artificial en encarnar un amigo que nunca falla, que nunca se va a ir, porque ese no es un amigo verdadero, ni uno ni otro son humanos.
“¿Dónde están? /Quiero verlos para saber / que soy humano, / que vivo y siento por mis hermanos / y ellos por mí.”