Recién comencé a ver el documental de Charlie Sheen, el actor recordado más por sus escándalos que por sus actuaciones, algunas ellas injustamente olvidadas. En este trabajo de investigación irónicamente se habla más de su vida atravesada por el consumo desmedido de alcohol, drogas y sexo, que de la trascendencia artística de los papeles desempeñados en el cine o la televisión.
El actor narra sus odiseas -nunca he empleado mejor esta palabra- con la misma emoción con la que podríamos describir nuestra ida al supermercado para hacer la compra de la semana. Alguna que otra sonrisa arrancada por el hecho de encontrar cincuenta centavos más barato el tomate que la semana pasada o cierto enfado -no mayúsculo evidentemente- porque el “cuidador de autos” no ayudó a subir las cosas a la cajuela, pero eso sí bien que extendió la mano porque para él dar cinco o diez pitidos alertando peligros que vemos por el retrovisor ya son dignos de ser premiados con una propina, con una buena propina.
Incluso en nuestra excursión en los grandes almacenes de abarrotes y catálogo extendido podríamos hallar más emoción si de pronto nuestra mirada descubre que hay una auténtica rebaja, algún artículo en buenas condiciones ofertado a menos de la mitad de su valor en anaqueles. Pero Sheen al parecer nunca le arrebató el timón a la diosa Fortuna, para él las cosas que el mundo interpreta como buenas o malas siempre le pasaron “porque así deberían pasar”, simplemente. Tan simple que genera hastío, ni siquiera aburrimiento.
La parsimonia con la que el actor narra su vida, al menos esta parte de su vida se ve interrumpida de vez en vez por el entrevistador que claramente quiere influir en el curso de su discurso y lo dirige hacia los lugares comunes que la gente quiere escuchar. Para quien le formula las preguntas el comportamiento de Charlie Sheen se debe a que alguna vez vio consumir sustancias a su papá o por el hecho de que ante ciertas violaciones a la norma pudo salir bien librado, lo que le dio un halo de impunidad. Ante estas afirmaciones disfrazadas de pregunta el actor solo asentía, porque al final de cuentas estamos más habituados a responder lo que la gente quiere oír que aquello que nosotros quisiéramos expresar.
En medio de la planicie Sheen regresa una y otra vez a la manera en la que se explica su espiral de gloria e infierno y ojo, aquí no habla de los accesorios buenos y malos de la vida, porque esos los explica con “así deberían pasar”, sino que se refiere al concepto de su vida misma, para alcanzar la gloria debía pasar primero por el infierno y no hay gloria sin infierno.
Mientras pensaba en esto, a lo que el actor del documental hace referencia, se me vino a la cabeza el intro de la canción “Afuera” del grupo mexicano Caifanes: “Muchos años uno cree que el caer es levantarse y de repente, ya no te paras”. El “ya no te paras” parece ser la apuesta final que más de uno realiza cuando su vida está atrapada en esta vorágine de cielo-infierno-cielo. No se trata del simple “no pain no gain” tan usado en los gimnasios.
Es decir, no hace referencia a un esfuerzo desmedido para alcanzar una gran musculatura, privarse de ciertos hábitos para mejorar marcas en las competiciones, tampoco se atraviesa por penumbras para merecer un éxito que no debería ser propio. No, la idea inconsciente es a ver si en una de esas ya no se pueden parar. Como si al quedarse en el infierno se rompiera la maldición de que “así deben pasar las cosas”.