A Guadalupe Loaeza, con abrazo balsámico
Al elaborar su ocurrencia de no asistir a la Cumbre de las Américas el presidente López Obrador estrenó discurso. Súbitamente, su retórica rijosa trocó en palabras amables: respeto, armonía, diálogo, reconciliación. Si bien ya ha propuesto una república amorosa, lo que hizo esta vez fue más que desempolvar en el plano continental ese retruécano doméstico. Dijo que en las relaciones internacionales es necesario perdonar agravios, escuchar a quienes no piensan igual y —ojo— dejar de lado las ideologías. Claro, tenía que hacer políticamente correcta su postura ideológica de invitar a Díaz-Canel, Maduro y Ortega y, como en el tema de la invasión rusa a Ucrania, debía fingir que no era ideológica. Pero, en todo caso, vayamos más allá y hagamos un ejercicio de imaginación.
¿Qué pasaría si AMLO aplicara el espíritu discursivo de esa política exterior a su política interior? Pues que convocaría a dialogar con ánimo constructivo a los dirigentes opositores, a los intelectuales y comunicadores críticos, que llamaría a los legisladores de oposición a discutir y consensuar sus reformas —especialmente la electoral— antes de mandar sus iniciativas al Congreso; ah, y que tras las recientes elecciones estatales, en lugar de burlarse de sus “adversarios”, sería magnánimo en la victoria. ¿Y si fuera a la inversa, es decir, si extrapolara su política interior a su política exterior? Entonces exigiría que solo se invitara a la Cumbre a Cuba, Venezuela, Nicaragua, Argentina y un par de países más, declararía que los gobiernos conservadores de Colombia, Costa Rica, Panamá, Paraguay y demás son corruptos, clasistas y racistas y que su verdadera doctrina es la hipocresía, y en redes sociales promovería un linchamiento a sus presidentes por traidores a la patria. ¡Ay, si el farol de la calle alumbrara la casa…!
La jugada de condicionar la presencia de AMLO en Los Ángeles resultó un fiasco. Fracasó en su intento de que se convocara al presidente cubano, al venezolano y al nicaragüense —no fue ni uno—, no logró suficientes adhesiones de homólogos a su boicot, acrecentó la animadversión del establishment demócrata en su contra y ahora tendrá que hacerle, él solo, un acto de campaña en Washington a Joe Biden. Por lo demás, la reacción de AMLO al ver en acción el sistema de pesos y contrapesos de Estados Unidos, expresada en la mañanera del pasado jueves, pinta de cuerpo entero su autoritarismo: mostró estupor ante la existencia de un Comité en el Senado capaz de acotar al presidente y de plano se escandalizó al constatar que a veces Biden no puede imponer su voluntad en su partido, que hay congresistas —en este caso del ala izquierda “radical”, por cierto— que tienen pensamiento propio, osan contravenir la decisión presidencial de no importunar a AMLO y condenan en una carta el hostigamiento a periodistas en México. Horror.
PD: Aunque solo sea mi irrelevante deseo, rechazado por los dirigentes aliancistas, reitero lo que he dicho muchas veces desde 2019: el PRI no debería formar parte de la alianza opositora. Por razones éticas y pragmáticas —su corrupción endémica le genera demasiados negativos— a juicio mío solo debería sumarse a priistas presentables que atraigan votos, no al partido.
@abasave