La pandemia que tiene de rodillas a la humanidad fue originada por algo tan indefinido como extraño. El SARS-CoV-2 es un virus y, como tal, no se sabe si es un ser vivo o no. Los científicos siguen debatiendo qué es eso que se mete en una persona, la enferma, se reproduce en ella, salta a otras, las contagia y, cuando se vuelven inmunes, muta para volverse más resistente y esparcirse más rápidamente. Y yo, observador lego, no entiendo cómo es posible que se dude de la vitalidad de un bicho que hace todas esas cosas por sí mismo, movido por una suerte de instinto de supervivencia, por algo que parece un designio perverso de vivir a costa de la salud humana.
Pues bien, ese bicho ha creado una variante llamada Ómicron que parece ser más contagiosa y menos mortal. Todo indica que infecta a más personas pero causa menos daño que sus predecesoras. Aunque todavía puede matar, sobre todo a quienes no están vacunados, su mortalidad podría quizás equipararse a la de otras enfermedades con las que convivimos y que, gracias a la vacunación, ya no son capaces de diezmar poblaciones. Francisco Moreno, acaso la voz mexicana más competente, perspicaz y útil para contrarrestar la manipulación del político servil en que se ha convertido López-Gatell, sugiere que el covid-19 está cambiando para impedir la destrucción de sus anfitriones y, dada su vocación parasitaria, su propia autodestrucción (“Ómicron y la evolución del SARS-CoV-2”, 6/12/21). Fascinantes e inquietantes equilibrios de la naturaleza: el organismo que algunos juzgan inerte forma parte de la cadena de vida, participa en el proceso evolutivo y se adapta para no morir. (Aprovecho la ocasión para agradecer los artículos y los tuits de Francisco, que han ayudado a sobrellevar estos tiempos aciagos desde su compromiso con la ciencia y a contrapelo del poder, y hago extensivo mi agradecimiento a Xavier Tello, otro médico ajeno a la abyección política y comprometido con la evidencia científica que ha brindado su orientación tuitera a una legión de náufragos pandémicos).
Quiero creer que, como señalan algunos investigadores en Estados Unidos y Europa, presenciamos los estertores de la pandemia. Supongo que en México estamos en otro momento, un poco atrás de ellos: tenemos muchos nuevos casos y los hospitales empiezan a saturarse otra vez. Ojalá que más mexicanos puedan vacunarse y México no enfrente ya más que una endemia. Ojalá que el frenesí mutante de ese bicho endemoniado y acomodaticio se detenga ahí, en ese arreglo de coexistencia con los seres humanos, en esa especie de pacto de no agresión que solo permite perjuicios razonablemente tolerables de ambos lados (y es que no puedo evitar la tentación de pensar que, además de deponer sus armas más letales para no aniquilar su hábitat, se está replegando para no ser una amenaza que suscite un contraataque nuestro igualmente mortífero). Ojalá nadie impida que la vacuna llegue a los niños, que se vuelva accesible en los países pobres. Ojalá cada vez sean menos los antivaxxers y se dejen atrás los absurdos prejuicios que detienen la inmunización y se acepte esta vacunación periódica como ha aceptado otras —la de la viruela, la del polio y muchas más— que han salvado tantas vidas.
Ojalá.
@abasave