Política

Ni siquiera los honrados están solos

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Morena es un enigma. Sabemos de su contradicción congénita —el tribalismo caudillista— pero ignoramos qué pasará ahora que López Obrador deja de ser árbitro para convertirse en jugador y que la Presidenta no tiene aún el mando del partido. Si bien podría pensarse que las fuerzas centrífugas lo van a desintegrar, hay expresiones de unidad que no preludian ese desenlace.

El morenismo está mostrando un sorprendente espíritu de cuerpo. Sorprendente y penoso, hay que decir. La defensa tribal de sus cuadros más cuestionados se está volviendo un rasgo identitario: primero cerraron filas con el gobernador de Sinaloa y el ex gobernador de Morelos y luego con el coordinador de su bancada en el Senado. En el coro “¡no estás solo!” reverbera una yuxtaposición de apoyo al camarada en desgracia y cobijo impúdico al colega impresentable. ¿Fraternidad o cinismo? ¿Se arriesga la vida para salvar al compañero herido en el campo de batalla o se proclama que el respeto a la impunidad ajena es la paz? ¿Es este comportamiento producto de la cohesión ideológica o de la soberbia del poder?

No se trata de señalamientos menores. A Rubén Rocha lo acechan mil indicios incriminatorios; Cuauhtémoc Blanco trae encima un historial asaz turbio; Adán Augusto López arrastra la sentencia de su mentor de que nada ocurre en un gobierno sin el aval del gobernante. Pero detengámonos en este último caso. Hernán Bermúdez, el ex titular de la policía de Tabasco que acaba de darse a la fuga, no fue un agente más: fue nada menos que el secretario de Seguridad estatal designado por el mandatario, sostenido en el cargo durante toda su gestión pese a crecientes rumores de involucramiento criminal, endosado a su sucesor, intocado incluso cuando el designador encabezó la Secretaría de Gobernación y tuvo acceso a los más completos reportes de inteligencia. Hoy Bermúdez está acusado no de proteger delincuentes, sino de ser el mismísimo capo del principal cártel en la entidad. Diga lo que diga su ex jefe y amigo —reducción de violencia en esas circunstancias suele indicar pax narca— el peso de la sospecha lo hunde.

Explotó una bomba de fragmentación en la 4T. Una reedición del affair García Luna a escala regional —aún falta Chiapas—, una prueba de complicidad gubernamental con el crimen organizado, un mentís a la pregonada superioridad moral y, sobre todo, una esquirla a la yugular de su factótum. Y es que, en efecto, todo remite a AMLO: el sospechoso de marras es el “hermano” a quien consideró heredar la Presidencia de la República, y el escándalo no fue provocado por una desviación de los supuestos orígenes de pureza de su movimiento sino por la continuidad de su realpolitik interna. Fue AMLO quien refrendó a Peña Nieto el pacto de impunidad, quien fijó la pauta de reclutar y defender corruptos leales, quien pagó servicios electorales con cargos diplomáticos y quien autorizó la operación de cañerías para aprobar la reforma judicial.

He aquí la paradoja: si Morena aplicara sus principios acabaría rompiendo con quien los promulgó, porque tendría que defenestrar a sus protegidos. Si no lo hace, si emula a su fundador y pone la lealtad solidaria sobre la honradez, tendrá que enmendarlos en un nuevo dictum: “aquí nadie está solo, ni siquiera los militantes honrados”.


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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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