No suelo recomendar series para finalizar el año, pero esta vez voy a hacer dos excepciones. Les sugiero ver Landman (Paramount) y, si su estado de ánimo les da para estremecerse, Punto de inflexión (Netflix).
Landman es la nueva provocación de Taylor Sheridan, creador de la famosa saga Yellowstone. Recrea la vida de un grupo de petroleros texanos y, en la misma línea provocadora, se ceba en los excesos woke. Defiende tradiciones conservadoras, reivindica los combustibles fósiles, esgrime una suerte de machismo light y rescata a los carnívoros. El guion de Sheridan no alcanza la agudeza de su primer éxito, pero la trama y los diálogos son divertidos. La actuación de Billy Bob Thornton y del resto del elenco es estupenda. A mí me parece entretenida y, si me apuran, pedagógica: ayuda a entender la resaca antiprogresista que empapa a Estados Unidos y otras partes del mundo. Apenas va en su segunda temporada y ya suscita adicción.
Punto de inflexión es un documental que va de la creación de la bomba atómica a la invasión de Rusia a Ucrania, pasando por la Guerra Fría y su agridulce desenlace. Toca fibras sensibles de mi memoria. Tuve la fortuna de estar en Berlín oriental el 7 de octubre de 1989, en el 40 aniversario de la República Democrática de Alemania (Colosio, en un gesto que le agradecí porque él sabía que me haría testigo de la historia, me pidió asistir en su representación). Viví a mis 31 años una experiencia invaluable. Recuerdo que, camino a la ceremonia, presencié en una marcha de protesta cómo el enojo social rebasaba el miedo a la Stasi. Llegué minutos antes del arribo de los dignatarios estelares; tuve oportunidad de estrechar la mano de Gorbachov (me apuré a felicitarlo por la glasnost) y evité acercarme a Honecker. Luego, en el auditorio, escuché discursos antitéticos: el del alemán vociferando “¡ni un paso atrás!” y el del ruso, una bella pieza de oratoria, expresando su voluntad de cambio y su deseo de que Alemania se reunificara “no a sangre y fuego, sino por amor”. La emoción tocó a tirios y troyanos, y vi lágrimas en los rostros de muchos asistentes, nomenklatura incluida. Regresé a México con una comprensión irreversible de la sed de libertad. Un mes después cayó el Muro de Berlín.
La “docuserie” recopila videos conmovedores de los últimos días, todo lo que no me dejaron ver de cerca. Captura, además, los contrastes de la centuria de Abraxas, como yo le llamo al siglo XX: el venturoso derrumbe del totalitarismo y el deplorable asentamiento neoliberal sobre las ruinas del consenso socialdemócrata. Sus nueve capítulos refrendaron mi creencia de que las huellas ensangrentadas de la humanidad parten de la obsesión de concentrar el poder para someter a la otredad. Hoy vemos, trágicamente, que ninguna sociedad ha aprendido la lección: prevalece el infausto afán de dominio que trueca carisma en odio y política en destrucción. En fin. Me quedo con el hálito de esperanza que brota de los personajes de uno y otro bando que impidieron una hecatombe nuclear. La reseña de su heroísmo me hace aferrarme a la otra cara de la moneda humana: el instinto de supervivencia y el afán de plenitud subsistencial.
Si quieren entretenerse y reflexionar, vean Landman y Punto de inflexión. Ustedes determinarán las dosis.