El propósito de la reforma judicial de López Obrador fue que nadie pudiera ganarle un juicio a la 4T. Esto quiere decir, en sentido lato, que se eligieron juzgadores por voto popular para ideologizar los tribunales y hacer que siempre le dieran la razón no al gobierno, que podría cambiar de manos, sino al proyecto ideológico obradorista. La idea de la reforma era más clara que el agua: no se trataba de combatir la corrupción ni el elitismo en la judicatura, como pregonaba AMLO, sino de impedir que alguien detuviera allí una orden presidencial, de asegurar que ni la oposición ni la sociedad civil ni los empresarios pudieran frenar cambios constitucionales o la construcción de obras o los cobros de impuestos que la Presidencia ordenara. Lo que se quería era empoderar más al poder.
Pues bien, ahí no terminaba el plan. La presidenta Sheinbaum va por más, siguiendo el guion autoritario de su predecesor, que anticipó la necesidad de apretar la ley de amparo. El Congreso acaba de modificarla para fortificar al régimen y debilitar a todos los demás. Ningún legislador, orden de gobierno u órgano autónomo podrá litigar eficazmente contra el manoseo a la Constitución, ningún grupo ambientalista podrá parar trenes mayas ecocidas, ningún contribuyente podrá defenderse de una arbitrariedad del SAT. Por si acaso los ministros, magistrados y jueces de toga guinda llegaran a flaquear en su misión de garantizar que se acate la voluntad oficial (las probabilidades son bajas pero uno nunca sabe, dirán en Palenque) habrá ahora restricciones a la protección legal a la que la gente puede recurrir.
El argumento oficioso es obvio: vamos contra los “conservas” que intentan detener el avance de la transformación. Los únicos que deben preocuparse son los farsantes del constitucionalismo o del ambientalismo o de la aeronáutica o de cualquier especialización neoliberal y, sobre todo, los magnates que jinetean sus deudas.Los clasemedieros pueden dormir tranquilos (a menos, claro, que no tengan cancerberos que les den acceso al olimpo cuatrotero). He aquí lo peor del caso: las reformas de AMLO se hicieron con destinatarios específicos en mente, fueron disposiciones ad hominem para someter a sus enemigos conocidos y por conocer, y en esas siempre pagan justos por pecadores. El mensaje de Palacio a la clase media es el mismo que manda a los grandes empresarios nacionales y extranjeros asustados con la conversión del Poder Judicial en un sector de Morena: tranquilos, si tienen algún problema vienen conmigo y si se han portado bien yo se los arreglo. Ahora que si no son amigos, pues quién les manda. ¿No han entendido? La discrecionalidad es el verdadero bastón de mando de la 4T.
Se atribuye a Jefferson aquello de que “cuando el gobierno teme al pueblo hay la libertad, y cuando el pueblo teme al gobierno hay tiranía”. El evangelio según san Andrés no define al “pueblo” (no son los de abajo, porque ahí hay personas que critican sus designios y un crítico suyo, de cualquier condición social, no puede ser pueblo) pero aun quienes hoy caben en su entelequia deberían tener miedo. En una democracia constitucional la ley protege al ciudadano; en una democracia populista el poder protege al simpatizante. Cuidado: si mañana contrarías a la 4T no encontrarás amparo.