El instinto gregario no es lo único que nos mueve en la búsqueda de identidad. Tenemos también la pulsión opuesta y complementaria: buscamos separarnos, distinguirnos. Lo digo con afán realista ante los exhortos a erradicar la polarización en México y, de paso, en un intento por discernir las implicaciones de la invasión rusa a Ucrania, cuyos entretelones nos son menos lejanos de lo que creemos. Me explico.
El presidente López Obrador dice que los mexicanos estamos polarizados desde la Colonia, que él no hace más que priorizar al México profundo sobre el México privilegiado. Lo que no explica es por qué ha pasado del polo de maquillar esa inveterada injusticia, en el que estuvieron la mayoría de sus predecesores, al extremo de atizar la lucha de clases. Y tampoco repara en que tal postura solo tendría sentido en una lógica leninista y es contraproducente en el contexto de la 4T. Si lo que AMLO procura es construir un país más igualitario por medios pacíficos, si aún cree en la “república amorosa”, lo que requiere son políticas públicas redistributivas, no un discurso de rencor. A menos, claro, que haya un elefante electoral en la sala y quiera energizar su voto duro con esa retórica de cara a la revocación y a 2024. Y es que sus seguidores más aguerridos, sin los cuales no podría gobernar en la adversidad, vienen de las profundidades del agravio, y aunque él no piense en términos de agudización de contradicciones quiere proveerles el combustible del enojo. He aquí por qué AMLO nunca dejará de polarizar.
El drama ucraniano muestra otra polarización. Aunque Zelensky se ha vuelto leyenda y en la batalla informativa, política y diplomática está apabullando al mismísimo Putin (al estratega más sagaz, el que forjó una milicia del ciberespacio capaz de meter un caballo de Troya en la democracia estadunidense), hay demasiada gente que va más allá del derecho de Rusia a tener fronteras seguras y defiende la invasión. La opinión pública global deja atrás la pugna socialismo vs capitalismo y ensaya una nueva bipolaridad: la “ortodoxia” occidental apoya a Ucrania contra una “heterodoxia” pro rusa agolpada en un bloque anti-establishment. En esta extravagante alianza se agolpan populistas de izquierda que respaldan la oligarquía y ultraderechistas trumpianos que aplauden la autocracia (solo China parece quedar fuera de la ecuación, presta a ser fiel de la balanza). Ni siquiera frente a un conflicto tan desigual, ante la indefendible agresión de una potencia militar a una nación más débil y su estela de muerte y destrucción, se puede alcanzar un consenso. El encono pide a gritos un enemigo, el que sea. La era de la ira se entroniza y el centro se desvanece.
Nuestra proclividad identitaria al contraste y a la contraposición se ha exacerbado. La polarización es políticamente rentable a diestra y siniestra, literalmente, y México no es excepción. Me gustaría sumarme a los llamados a la reconciliación nacional, apelar al triunfo de la sensatez, pero sería inútil. Me temo que aún quienes rechazamos tanto a la 4T como al neoliberalismo, quienes queremos una tercera vía socialdemócrata, tendremos que adaptarnos al binarismo polarizador y esforzarnos en ponerle fin mediante la técnica del judo. El mundo de hoy, para su desgracia, no admite sutilezas.
Agustín Basave Benítez
@abasave