El 8 de mayo de 1990, en el vestíbulo principal del Palacio de Bellas Artes reinaba el silencio mientras artistas y altos funcionarios de cultura hacían guardia alrededor del féretro de Fernando Gamboa. En medio de la quietud, solo se escuchaba, de atrás, a un Juan Gabriel ensayando Aaaay mi soledad ...aaay ...mi soledad... Los reporteros que cubríamos el velorio del museógrafo pensábamos que la escena era surrealista.
Jamás imaginamos que 26 años después, 700 mil personas harían filas interminables para despedirse de Juanga, en el mismo recinto, con celular en mano para tomarle foto a su retrato y a la urna que guarda sus cenizas.
Mucho menos sospechamos entonces el contexto que viviríamos en 2016:
Lejos del espíritu del grupo Contadora, que ponía el acento de las relaciones exteriores en la dignidad, ahora el Presidente de México invita y recibe con los brazos abiertos a Donald Trump, que lleva más de un año escupiendo odio y amenazas a los mexicanos y al mundo entero. La sociedad, con razón, se indigna, se avergüenza. Se habla de traición. Dos días después, el Presidente inaugura un nuevo formato de "Informe de gobierno" con jóvenes que le aplauden cada respuesta. La pantomima televisada nada tiene que ver con el enojo por la corrupción o con el duelo que recorre este país por los 78 mil ejecutados desde 2012 (según el semanario Zeta), los 27 mil 887 desaparecidos al cierre de 2015 (según la Segob) o los 4 mil 900 secuestros en los últimos cuatro años.
El lunes, en portada, El País publica un reportaje de Pablo Ferri donde relata cómo en muchas regiones de México los padres y madres de desaparecidos se han convertido en antropólogos forenses y buscan bajo tierra los restos de sus seres queridos. Eso era tan inimaginable cuando escuchábamos a Juan Gabriel ensayar, como que un día Norberto Rivera pediría por él en misa mientras condena la homosexualidad y alienta marchas contra el matrimonio igualitario.
Con todo, el impacto de Juanga en Bellas Artes sorprendió hoy igual que ayer y, como en sus canciones, convivieron la fiesta y la tristeza. Pero también lo insólito: Elsa R. Reyes llegó desde Ecatepec el lunes para ver si, entre tanta gente, encontraba a Lidia, su hermana desaparecida: "Quiero que sepa que yo ya estoy aquí, que cuenta conmigo (...) que estoy aquí despidiendo a nuestro ídolo".
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