Al llegar hasta el delta del río Bravo en la arena de Playa Bagdad, en Matamoros, apenas ha pasado un día desde que fueron retirados los seis letreros ilegales que marcaban esta zona como “área restringida”. Un día desde aquel episodio —la irrupción sorpresiva de personal estadounidense que entró para colocar los avisos— se volvió tema nacional.
De acuerdo con las declaraciones de la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum se harán verificaciones para determinar el suelo mexicano.
A lo lejos, sobre el margen norte del río, una unidad de la Patrulla Fronteriza permanece fija, inmóvil, observando. Del lado mexicano, en cambio, el vacío es evidente. No hay una sola patrulla. Ningún elemento de Marina. Ninguna autoridad federal está vigilando este punto donde apenas ayer se vivió una incursión extranjera.
Camino un poco más y la naturaleza me da una pista del paso del tiempo: los huecos en la arena, esos que ayer dejaron los elementos de Marina al retirar los postes, hoy ya no existen. El viento —siempre terco en esta parte del litoral— los rellenó por completo. Los tubos de aluminio desaparecieron bajo capas de arena nueva, como si la playa hubiese decidido borrar las huellas del incidente sin pedir permiso.
Entre el vaivén del río y el salitre del mar emergen restos del segundo poste: apenas un borde enterrado, casi invisible. Todo lo que fue disturbio hace 24 horas ahora luce domesticado por la arena. Pero lo que no cambia es la ausencia. La ausencia de vigilancia. La ausencia de ojos mexicanos mirando hacia su propio territorio.
Durante la mañana de este martes, la presidenta de la Coparmex Matamoros, María Dolores Ramírez exigió respeto por la colocación de letreros en territorio mexicano, en este punto de la playa Bagdad.
"Habría que ver cuál fue el motivo por el que los instalaron, habría que ver si ellos tuvieron alguna plática o algún acuerdo con algunas autoridades que les hayan permitido colocar los anuncios. Aquí lo único que se pide nada más es respeto para lo que son las diferentes áreas, primero antes de emitir un comunicado hay que ver si hubo algún acuerdo", reiteró la presidenta de la Coparmex.
Y la ironía se siente en el aire. Mientras Estados Unidos mantiene su unidad al otro lado del Bravo, aquí, del lado que legalmente corresponde a México —en este suelo que se ha ido transformando por el azolve y las mareas altas—, no hay ninguna figura oficial que custodie el área. Los pescadores, los pocos que hoy desafían el viento, son prácticamente los únicos habitantes visibles.
Si alguien quisiera volver a colocar de nueva cuenta los letreros, si decidieran repetir la escena, podrían hacerlo sin esfuerzo. La entrada estaría abierta. Así de simple. Y así de preocupante. La vigilancia ya se retiró desde ayer.
Los avisos que alcanzaron a estar aquí prohibían tomar fotografías, impedían el paso y amenazaban con decomisar equipos en caso de que alguien realizara estudios o capturas de imagen. Decían estar firmados por un “comandante” y por un “secretario de Defensa” de Estados Unidos, aunque ninguno con nombre. Mensajes sin identidad en un territorio que no les pertenece.
Ahora sólo queda el recuerdo de esos postes… y la unidad estadounidense que continúa al fondo, del otro lado de un río que parece cada vez más estrecho. Del lado mexicano, en cambio, lo único que queda es el viento.
Desde este punto donde el Bravo se abre hacia el Golfo, cierro mi recorrido. Un día después del incidente, la frontera parece haber vuelto a una normalidad inquietante: esa en la que todo puede pasar, pero nadie está mirando.
SJHN