Cultura

“Los zapatos de fierro” de Emilio Carballido

Literatura

Inspirado en la tradición oral y con ecos de los cuentos maravillosos, este relato conjuga ternura, tragedia y sabiduría en la figura de una niña que rompe el hechizo y, sin saberlo, sella su destino.

A mi querida Edna Elena

A Emilio Carballido —de quien el pasado 22 de mayo se cumplieron cien años de su natalicio— se le daban las obras de teatro amplias o en un acto, las novelas cortas y los cuentos fantásticos. En torno a los cuentos, por principio orientados hacia el público infantil, muchos acaban siendo “para chicos y grandes”, como decía Enrique Alonso “Cachirulo”, y entre ellos destaca Los zapatos de fierro.

Este cuento se editó en un gran formato como título inaugural de la colección “Serie mayor” de Grijalbo en 1980, hace nueve lustros, ilustrado por la pintora Leticia Tarragó. En esa edición, en la cuarta de forros se lee: “Los zapatos de fierro era contado por su nana a doña Gabriela Ferat de Fentanes, la abuela de Emilio Carballido. […] Muchos de sus elementos componentes nos son familiares y otros más están dispersos entre las recopilaciones de los Grimm o en la más reciente de Italo Clavino o en Las mil y una noches”.

La mención a esta última colección de cuentos fantásticos permite comentar que, en efecto, Los zapatos de fierro al igual que las narraciones de Scherezada empieza de manera realista para luego despegar hacia lo fantástico. En el caso de esta narración retomada de la tradición oral por Carballido, comienza con el clásico: “había una vez […] un matrimonio muy pobre, que vivía en un pueblo pequeño, a la orilla de un río”, y de ahí el narrador pasa en seguida a la descripción del paisaje y la vida cotidiana en las orillas de ese caudal, por el que transitan lo mismo grupos de saltimbanquis que hacen cabriolas con las que divierten a la gente por unas pocas monedas, que “mujeres extrañas, que viajaban solitas, en barquitas de vela” a las que, dice irónico, visitaban al anochecer enjambres de jóvenes que iban a “consultarles sus problemas o a platicar con ellas, no se sabe bien…”.

Las tres hijas

Después de la introducción, en el cuento aparece descrita la vida cotidiana de la pareja pobre que tiene tres hijas, las cuales van día con día a lavar la ropa al río. Al estar la hija mayor en esa ocupación es cuando ve en el agua una rama esbelta, una “lechuguilla” que pasa una y otra vez frente a ella. Cuando ella la quiere agarrar, sin éxito, se le cae la ropa limpia al agua y algunas piezas se van con la corriente.

Por la noche, acostadas en sus respectivas hamacas, la hermana mayor le cuenta a las otras dos su desventura. La mediana la escucha y se promete que al día siguiente, cuando le toca lavar la ropa en el río, a ella no le pasará lo mismo. Pero también falla. María, la más pequeña, otra vez por la noche escucha el relato de su segunda hermana, ante el regocijo de la mayor. Al amanecer, la pequeña va a lavar al río. Todo el día se muestra indiferente a las provocaciones de la lechuguilla hasta que ésta se le acerca demasiado, tanto que ella con “un zarpazo de gato” la atrapa y en seguida la lanza sobre la tierra. “Y allí, de golpe, la lechuguilla se volvió un príncipe”.

Ese joven “que era hermoso y muy bien vestido”, le dice:

—Muchas gracias, muchas gracias, María. […] Estaba yo encantado y acabas de romper el hechizo […]. Después el príncipe agrega: —Ahora vas a venir conmigo al reino de mi padre. María, al fin joven, inexperta y sorprendida, acepta. —No es posible que te despidas de tu familia ni del pueblo. Hay que hacerles creer que te has ahogado —le plantea el príncipe.

De generación en generación

En seguida el narrador omnisciente interviene para contextualizar ese paso de lo cotidiano hacia lo fantástico: “Dadas las circunstancias, eso parecía natural. No era cosa de andar dando explicaciones sobre esa clase de milagros. Y no era tiempo de empezar a diluirlos con la rutina de la vida cotidiana. Convertir una lechuguilla en príncipe, con un gesto, implica en muchos modos que también quien hizo el gesto se ha convertido en algo nuevo y diferente”.

Pero este asunto de lo didáctico en los cuentos fantásticos, como lo explica en detalle Bruno Bettelheim en Psicoanálisis de los cuentos de hadas tiene una gran trascendencia. Lo que los niños pueden aprender con este tipo de cuentos —afirma Bettelheim— es a encontrarle sentido a su vida. Ni más, ni menos.

Volando sobre las aguas

Después de navegar/volar en medio de una duermevela, la pequeña María se despierta al amanecer; al poco tiempo oye unas trompetas y a lo lejos ve unas cosas que se agitan y brillan. Es el reino del papá del príncipe, quien recibe a su vástago y a su acompañante en medio de un gentío, música y fuegos pirotécnicos. María, toda vestida de blanco, salta a tierra, y atrás de ella salta del agua el príncipe, “mojado pero en su forma natural”.

El rey y la reina bajaron contentos hasta la orilla del agua a recibir a su hijo. Él les presenta a María como su prometida. El rey la abraza efusivo y la reina la recibe con afecto y un beso en la frente, “porque después de todo esta muchacha le había desencantado al hijo”, pero no deja de pensar también, que a esa chica “hay que comprarle unos zapatos”.

El repertorio existencial

En su libro, Bettelheim indica también para qué le sirve al niño que le relaten o leer cuentos fantásticos: “dichos relatos representan, de forma imaginaria, la esencia del proceso de desarrollo humano normal, y cómo logran que este sea lo suficientemente atractivo como para que el niño se comprometa con él. Este proceso de crecimiento empieza con la resistencia hacia los padres y el temor a la madurez, terminando cuando el joven se ha encontrado ya a sí mismo, ha logrado una independencia psicológica y madurez moral, y no ve ya al otro sexo como algo temible o demoniaco, sino que se siente capaz de relacionarse positivamente con él”.

Esta larga cita se justifica porque el texto de Carballido se apega a lo descrito por Bettelheim. Por ejemplo, el tema de “la resistencia hacia los padres” aparece cuando María se va con el príncipe sin pedirle permiso a sus progenitores. Pero la chiquilla, además, al mes de haberse fugado contrae matrimonio con el heredero al trono, y con eso demuestra que “no le teme al otro sexo”.

Después de la boda, María y su príncipe llevan una vida tranquila, rodeados de comodidades, con pocas ocupaciones y entre paseos. Ella no tarda en quedar embarazada. Pero una noche que sueña con su casa y sus padres “despertó llorando y todo el día la congoja la oprimió”. Los días y noches siguientes María sigue con su nostalgia que la hace llorar. Primero guarda silencio sobre esto, pero después le comenta a su esposo la causa de sus desvelos. Él le informa que el padre se murió después de que ella abandonó a su familia, que enseguida también fallecieron sus hermanas, una tras otra. “Y ahora tu madre murió de pena y está tendida. La enterrarán mañana”. Puras tragedias.

María llora y grita. Pide ir a ver a su madre por última vez. El príncipe accede con la condición de que ella no llore ni grite al ver a la difunta, ni ante las tumbas de su padre y sus hermanas, porque si lo hace el hechizo que ella rompió a él lo puede atrapar otra vez, le advierte. Ella acepta. En forma de lechuguilla él transporta a María a su pueblo, quien mientras ve su antigua casa y a su madre tendida entre flores sobre la mesa donde comía la familia, conserva la templanza. El narrador indica: para salvarse del hechizo, probablemente necesitaba el príncipe un apoyo muy firme: que María conservara el dolor en esa zona donde las lágrimas no salen y uno mantiene la lucidez y el dominio de sí mismo. Sin embargo, poco después la joven no logra contenerse al ver las lágrimas de las vecinas en el velorio.

Al atardecer

Cuando al atardecer María regresa a la orilla del río, el príncipe ya sabe que ella no cumplió su compromiso. En vez de disculparse, ella se hace la ofendida. Él toma otra vez su forma de lechuguilla y ambos emprenden el regreso al reino. En el viaje María se siente culpable, pero también incomprendida. Al llegar al imperio nadie los espera. Ella pisa tierra pero él conserva su forma acuática e impide que ella lo toque. Después él se aleja “y se perdió de vista entre las espumas”.

En los sucesos anteriores aparece otra característica del cuento maravilloso: “la prohibición”. “La prohibición, claro está, es desoída y eso provoca alguna desgracia terrible que en ocasiones llega fulminante e inesperadamente” indica Vladimir Propp en Raíces históricas del cuento. En Los zapatos se cumplen tanto la transgresión como el castigo. Como María no se domina: su penalidad es perder a su marido.

En su investigación sobre el cuento, en el capítulo titulado “La desventura y la reacción”, Propp se refiere a este tipo de hecho y al hacerlo da una gran lección de narración: “Una desventura de cualquier tipo es la forma fundamental de la trama. De la desventura y de la reacción contra ella nace el tema”.

En este cuento de Carballido aparecen más peripecias de María, que va por su vida transgrediendo prohibiciones y encontrando solución a las dificultades que con sus desobediencias ella misma se acarrea, hasta que llega a la peor de todas: no respetar la intimidad de su marido y por ello es condenada a andar peregrinando por el mundo, con esos zapatos tan pesados, buscando la tierra de Irás y no Volverás de la que nadie le da razón.

Pero aquí no se termina la historia. Como homenaje al prolífico Emilio Carballido, busque Los zapatos de fierro y entérese del final.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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