Es uno de los mejores comienzos de novela que existen: “Alguien debía de haber calumniado a Joseph K, porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. La indefinición de la causa, unida a la severidad de la consecuencia, crea en esa frase una conjunción que enrarece la historia desde el principio. La incertidumbre se prolonga por el apellido del protagonista, que es una inicial. Esa indefinición lleva a una universalidad. Todos podríamos ser el protagonista. Uno puede ser totalmente inocente y estar a merced de la crueldad de un sistema. Las razones son incomprensibles y a la vez definitivas. Esta cualidad enigmática, misteriosa, va a teñir la historia hasta su escalofriante desenlace.

Y allí está todo el trámite de lo que sufre Joseph K a lo largo del libro. En esos túneles burocráticos, llenos de oficinas desvencijadas y de olores rancios, en los que nadie sabe lo que ocurre, todo lleva a que Joseph sea condenado por un delito que no conoce. Va a sentirse, sin embargo, culpable de haberlo cometido. Lo juzga un tribunal alternativo que opera en unas buhardillas en las afueras de la ciudad. Algunas personas tratan de ayudarlo. Uno de ellos es su tío, que lo lleva donde un abogado de los pobres, un estrafalario “experto” en el funcionamiento de la ley. Otro es un sacerdote, otro es un pintor que hace un retrato de los jueces. Allí están también el subdirector, que es rival de K en el banco. Y la prostituta Fraulein Elsa. Y la promiscua Fraulein Bruster, con quien K tiene una relación corta. Y Leni, la enfermera del abogado Huld, que va a ser su cómplice y su compañera a lo largo de la historia. Una frase muy actual ronda la novela: “La justicia nada quiere de ti. Te toma cuando vienes y te deja cuando te marchas”.
Hasta que se produce la condena. Una noche, cuando Joseph K está a punto de cumplir treinta años, vienen sus verdugos a llevárselo. El final de la historia, cuando el protagonista ve esa ventana encendida de esperanza, es conmovedor y brutal.
El manuscrito del libro data probablemente de 1915, pero su amigo Max Brod publicó la novela en 1925. Es una novela inacabada, lo que es parte de su perfección. Kafka nunca supo que su libro promovió la difusión de un adjetivo con su nombre. La idea de un proceso lleno de trámites y dificultades incomprensibles ha popularizado el epíteto de kafkiano para definir cualquier proceso absurdo y tedioso. Se trata de un salto al idioma de los adjetivos que solo han logrado algunas pocas alusiones literarias, entre ellas quijotesco y dantesco. Este último adjetivo es usado para referirse a incendios, cuando en realidad los lectores de Dante saben que el infierno al que se refiere en su prodigiosa Divina comedia es helado.
Se ha dicho de El proceso que es una novela anarquista, simbólica, existencialista. Es una historia que cumple con un propósito esencial. Acompañamos a Joseph K hasta su fin y lo seguimos queriendo a los cien años.
AQ