Comparto con Jennifer Clement el gusto por los relámpagos; reconocemos su belleza instantánea.
Y compartimos el sentido del humor.
En una videollamada que sostuvimos recientemente, el buró que había a mi lado y lo que había encima de él entró en el ojo de la cámara de su celular.
—Veo que tienes Sal de Uvas Picot —me dijo, refiriéndose a una cajita con sobres del antiácido.
—Para cualquier emergencia siempre tengo —le respondí.
—¡La Sal de Uvas Picot cura todo! —contestó—. ¡Hay que llevarla siempre con uno!
Las carcajadas compartidas resonaron en las paredes de mi casa y en las de la suya.
Una vez me dijo que alguien había definido la labor de la traducción como el anverso de la seda. En otra ocasión, en que le mostré una fotografía del modesto proyecto de construcción de una casa, me dijo: “Ahí veo un sueño”. En el año 2000 me envió un telegrama que contenía una sola frase: “Todos mis sombreros están en el piso”.
Nacida en Greenwich, Connecticut, y con una vida transcurrida en su mayor parte en México, Jennifer Clement tuvo un abuelo que era zahorí, es decir, en su caso, que tenía el don de descubrir pozos de agua secos y, por lo tanto, los manantiales subterráneos que corrían por debajo. Esta facultad de descubrir y mostrar lo que se halla oculto, ignoro si por herencia genealógica o espoleada por el rasgo de rebeldía de su carácter, Jennifer la ha explayado en una obra literaria regida por la templanza, y en la que se escuchan y visibilizan tanto las voces de los desposeídos como la de los desposeedores y los nudos con que se entrelaza la calamidad y lo no visto en el gran escaparate de lo que suponemos la realidad. Es como el anverso y reverso fusionados y revelados en la hoja de un árbol, me he dicho al leer o traducir alguna página de alguno de sus libros.
En la literatura de Jennifer Clement, lo diáfano impregna al lenguaje de un modo electrizante. No reacia a mostrar que a la belleza se la oculta en la mentirosa vida real, pero también que la belleza ronda y se rebela tanto en los despojos como en lo fantástico y en la inclemencia humana, y que tarde que temprano reclamará justicia para ser vista y redimida incluso más allá de la muerte, entre las almas de humanos y las almas de animales, esta autora ha optado por apartarse de la concepción kafkiana del libro como hachazo y dar sostén a sus narrativas desde y para la literatura permeada por la poesía y lejos de la descripción miserabilista. Han sido voces de mujeres, mayoritariamente de niñas, con las que se ha hecho guiar en sus obras. Así con la voz de Leonora en su libro Una historia verdadera basada en mentiras, como con la de Ladydi y con la de Pearl en Amor armado.
“El arte no basta”, declaró alguna vez Clement en una entrevista. ¿Qué escritora mexicana abordó antes que ella la violencia del narcotráfico contra las niñas, como se narra en Ladydi (2014)? ¿Quién antes nos contó que en el estado de Guerrero las madres cavan hoyos en la tierra para esconder a las niñas y así ponerlas a resguardo de la amenaza del crimen organizado y las violencias derivadas de ello, incluida la del tráfico sexual? El arte no basta, quizá por ello Clement ha indagado en la primera fuente de toda verosimilitud, adentrándose en los lugares donde se escenifican algunas de sus historias: los pueblos de Guerrero, un penal para mujeres, y ha dispuesto su oído para escuchar la voz de los pobladores, la voz de las reclusas.
Entre la facultad del zahorí y —más que del presagio— de la señal anticipada desde la literatura, Clement ha incursionado en espacios y temas narrativos que se han vuelto a futuro inusitados encuentros o afinidades con hechos irrebatibles. Así, por ejemplo, en Amor armado (2018), novela en la que aborda el tráfico de armas de Estados Unidos hacia México.
***
Conocí a Jennifer Clement a partir de mi lectura de su libro Widow Basquiat, del que habían llegado algunos capítulos como propuesta de publicación a la redacción de la revista Equis. Cultura y Sociedad, donde yo trabajaba como coordinador editorial por invitación de su fundador y director Braulio Peralta. Esto debe haber sido a finales del año 1999. Jennifer narra en Widow Basquiat de un modo testimonial, fragmentario y poético un periodo de la vida del pintor Jean-Michel Basquiat con Suzanne Mallouk, compartiendo una historia de amor. Su lenguaje me recordó que es en el fragmento donde se origina la unidad, solo que aquí explosionada, en este caso, por la poesía.
Así, pues, leer Widow Basquiat me representó una revelación en diferentes niveles. La sustancia temática de este libro me sedujo: sí Jean-Michel Basquiat, sí Suzanne Mallouk, sí la historia de amor, pero sobre todo la urdimbre de los procesos creativos de obra y vida de un artista. Widow Basquiat vació en mí de golpe y porrazo a la pintura, en un periodo de mi vida en donde dedicarme a la pintura era para mí solo un recuerdo distante de mis deseos más íntimos y postergados. Los colores y las configuraciones de Jean-Michel Basquiat a través del lenguaje de Clement se desparramaron por las orillas de mi vida de entonces; las texturas emocionales de Suzanne, los esgrafiados de la noche neoyorquina de los ochentas y los cameos, a modo muy cinematográfico, de Jennifer misma, se tornaron sugerencias muy perceptibles, como sonido de pisadas de amados animales, acechando a veces hasta en el sueño, cual amenaza de destrucción del dolor de lo cotidiano en el mundo en que yo me desenvolvía, o me envolvía, en mortaja, según recuerde la postura de mi memoria.
Tras mi lectura de Widow Basquiat, conocí en persona a Jennifer Clement, rubia y de risa sonora, una risa cuya sonoridad me recordaba la voz de la actriz Lauren Bacall. Vivíamos en la misma ciudad, la Ciudad de México, y teníamos conocidos en común y en común habíamos tenido también la labor de la traducción. Ella del español al inglés; yo del inglés al español. Traduje su libro: La viuda Basquiat.
Tras leer mi traducción, Jennifer Clement me envió un telegrama que contenía solo una frase: “Todos mis sombreros están en el piso”. Los siguientes libros de su autoría que me propuso que yo tradujera fueron uno de poesía: The Lady of the Broom (La dama de la escoba) y la novela A True Story Based on Lies (Una historia verdadera basada en mentiras).
“El arte no basta”, y así lo corrobora la dedicación de Jennifer Clement a la defensa de escritores y periodistas presos por disidencia política en otras latitudes cuando fue presidenta del Pen Club de México. Posteriormente se convertiría en la primera mujer en ser elegida para presidir el organismo a nivel internacional, periodo durante el cual intensificó su labor en defensa de la libre expresión y de intelectuales presos por motivos políticos.
Los años pasan, la revista Equis. Cultura y Sociedad deja de publicarse. Yo me había volcado a la pintura la mayor parte del tiempo. Jennifer Clement parecía incansable en su labor escritural, en su ir y venir de un país a otro. Cada quien en su camino, la comunicación entre nosotros no se desvaneció, y volvimos a coincidir en los procesos y acuerdos entre autora y traductor con la publicación al español de su novela Prayers for the Stolen (Ladydi, en la traducción a mexicano), en la que se basó la película Noche de fuego, dirigida por Tatiana Huezo.
En el año 2017, Jennifer y yo pasamos una semana juntos en el Centro Cultural Banff, en Canadá, trabajando en la revisión de mi traducción a su novela Gun Love (Amor armado). La estadía en el lugar correspondía a una residencia en la disciplina de la traducción que se me había otorgado por un periodo de 28 días. Trabajábamos arduamente en la cafetería durante las mañanas. El mesero que nos atendía y llenaba nuestras tazas con café una y otra vez se llamaba Carson. Carson era muy simpático y amable conmigo y me había invitado a que en la noche viéramos por televisión, ahí mismo en la cafetería, un partido de futbol. Pero a mí no me gusta el futbol. Días antes, Carson me había dicho, sonriendo, algo que nunca entendí: “Listen, Internet is the nostalgia of sweat on the body of the hands”, frase que, aun sin haberla entendido, me ha perseguido durante años y la he incorporado a mi propia escritura. Le comenté a Jennifer sobre la invitación que me había hecho Carson para ver un partido de futbol y la frase que me había dicho. Me respondió: “Ese Carson se parece mucho al actor que interpretó a Romeo en la película Romeo y Julieta, de Franco Zeffirelli”. Entonces yo entrecerré los ojos y me imaginé a Carson entrando con sombrero en una iglesia igual que como lo hacía el personaje Eli en la novela de Jennifer cuya traducción estábamos revisando.
La novela Amor armado narra la historia de Pearl, una niña que vive con su madre en un automóvil estacionado en un parque para caravanas en el estado de Florida; posteriormente, tras quedar huérfana, inicia un periplo acompañando a una pareja que trafica armas hacia México. Es el único libro que he leído en donde las almas de la gente y las almas de los animales se congregan para cantar un himno.
***
Jennifer Clement pasó su infancia en los años sesenta en la calle Palmas, en el barrio de San Ángel, en la Ciudad de México. Conoció usos y costumbres de una Ciudad de México que ahora forma parte de la historia, de la memoria colectiva y de la de Jennifer, que la ha evocado magistralmente en su libro más reciente, La fiesta prometida, junto a su historia personal en la ciudad de Nueva York.
La madre de Jennifer Clement es Kathleen Clement, destacada pintora que, a lo largo del tiempo, creó pinturas abstractas con incrustaciones de tela y se sumergió en la representación plástica de la flora mexicana. Hace dos años tuvo lugar una exposición suya en el Museo Casa del Risco de la Ciudad de México. Jennifer misma ha incursionado en las artes plásticas y realizó la instalación Botellas para lágrimas, integrada por 94 botellas en cerámica de diferentes tamaños, en conmemoración a escritores perseguidos que han sido exiliados, encarcelados o asesinados por sus palabras. La instalación fue exhibida en la Celda Contemporánea del Claustro de Sor Juana, en abril y mayo de 2023. El día de la clausura de la exposición acompañé a Clement y le comenté que me parecía completamente natural su incursión en el arte de la instalación, pues yo ya había advertido que su narrativa se presta para el despliegue de la composición desde las artes visuales. “Yo he identificado varias escenas en tu narrativa que podrían reinterpretarse y materializarse a través de la instalación”, le dije. Me miró sorprendida. Y agregué: “Hoyos en la tierra, plantíos de muñecas, bardas de botellas vacías, racimos de aras matrimoniales, jardines tapizados de teléfonos celulares sonando simultáneamente”.
En un momento de una muy reciente entrevista con la cantante Dua Lipa, creadora de un podcast con recomendaciones literarias titulado Service95, y a razón de que Lipa había elegido Widow Basquiat como recomendación de lectura para el mes de junio, Jennifer Clement se expresó, con la elocuencia que la caracteriza, sobre dos aspectos que acompañaron sus procesos de escritura y la publicación ya en formato libro de Widow Basquiat: “Escribir en tiempo pasado otorga autoridad” y “Lo nuevo tiende a ser rechazado”.
Cuando repaso y enlisto las contribuciones que escritores y artistas extranjeros han dado a la cultura en México, el nombre de Jennifer Clement está entre los primeros de mi lista.
En 2023, tras terminar de leer el manuscrito de The Promised Party (La fiesta prometida), me quedó claro el profundo conocimiento y el entrañable amor que tiene Jennifer Clement por México; hice, entonces, a un lado mis materiales de pintura y empecé a traducirlo.
AQ