El Último Rincón, puesto de cocos y bar de zumos en el Faro Celarain, Parque Ecológico Punta Sur, extremo sur de la isla de Cozumel, México.
Bajo la paja del techo del Último Rincón, una reinita gorjiamarilla se escapa de la lluvia, descansa sobre el filo de un machete que está encima de una caja de cáscaras de fruta y los restos de unos cocos partidos.
He venido aquí para ver pájaros, como la pequeña reinita. No esperaba encontrarme a María, con las garras aferradas a su percha de madera en la puerta del faro cercano, observando a los turistas que se disponen a subir los escalones.
César, su entrenador, nos permite abrazarla a cambio de una donación opcional a la Fundación de Parques y Museos de Cozumel. “Pero no la piques. Hay que sostenerla como a un bebé y acariciarle el lomo”.
María es una guacamaya azul y amarilla (Ara ararauna) de Sudamérica, producto de la importación ilegal. Los biólogos rescatan y cuidan de esos pájaros aquí, enviándolos a un centro de cría cuando llega el momento. Encontraron a María en la selva, sola e incapaz de volar.
Melba, una guía titulada, me lleva de excursión para identificar a las aves acuáticas: tres cigüeñuelas cuellinegras, una garceta grande, una garceta nival, dos garzas tricolores, dos garcetas rojizas, una garza verde y tres ibis blancos.
Le pido informarme sobre esa criatura con alas del tamaño de un Boeing 747 que posó anoche en lo alto de una palapa junto a la piscina, con plumas blancas que irradiaban un misterioso tono aguamarina bajo la luna.
“Una garceta grande”, dice Melba. De patas largas y torpes, van a cualquier parte, como la intrusa que vio ella el otro día en el estacionamiento del Walmart, esperando ser el primer pájaro en explorar esa ocasión el contenido de los botes de basura.
Le cuento a Melba algo que me pasó cuando tenía tres o cuatro años. Tomé de la acera, de entre sus hermanos, a una cría de petirrojo que estaba aprendiendo a volar. Mi padre y yo la metimos primero en una caja e intentamos alimentarla antes de decidir que debíamos llevársela a su familia.
Pero ese pajarito me buscó después en el patio trasero. Corrí hacia el par de alas que aleteaban en la hierba. ¿Era natural desear ser su madre? El dálmata de la casa llegó primero y mató al pájaro, su comportamiento de perro, completamente natural.
Apoyado en la barra de zumos, Héctor, el jefe de Melba, intenta relativizar el incidente para mí. Por supuesto, la cría de pájaro me buscaría. Yo era su impronta, su madre sustituta. Todo lo que ocurrió era natural.
Sigue lloviendo a cántaros. En el porche del faro, César y yo observamos a María desplazarse, arrastrando los pies por el respaldo de un largo asiento de madera. “A María no le gusta la lluvia”, ríe César.
Él conoce sus costumbres. Ella conoce las suyas. Ella marca su territorio y se acerca al extremo del banco más alejado de nosotros, mientras gotas frías se desprenden de la cúpula gris acero.
* Dorothy Dean Walton nació en Colquitt, Georgia. Graduada como B.A. en Letras Inglesas en la Universidad de Chicago, formó parte del consejo editorial de poesía de la revista The Chicago Review. Escribe ficción, guiones para cine y no-ficción creativa.
** Estos relatos también pueden encontrarse, tanto en inglés como en español, en el blog Third Place Cafe Stories (https://www.thirdplacecafestories.com), enfocado en “terceros lugares”, o espacios públicos informales que sirven de lugar de reunión y conexión para la comunidad.
AQ