A Julieta Fierro Gossman
Se necesita tiempo. Los líquidos funden la solidez de ciertas materias, la cuestión es la espera. Lo líquido —como el agua— abraza. Abraza inclusive en el cielo convertida en cristales, adherida a meteoros y cometas. Entonces, si el agua lo hace, por qué no abrazas como lo hace una obra de arte contigo: sus tonalidades inesperadas, sus líneas o sus formas escultóricas, estrechan ávidamente. Los versos, por ejemplo, te abrazan en su lenguaje, en esos espacios oscuros entre los signos, donde hay un punto de luz que la palabra ha dejado con intención, para que la abraces, para que te abraces a esa imagen o esencia que surge y vuela dentro de ti.
Y la luz del sol, en el cristal de un auto en medio del desierto, con su brillo afilado y enorme, abraza al paisaje. De la misma forma que la oscuridad, en la noche que caminas, te abraza.
El abrazo es el tiempo mismo que toma la forma de un cuerpo. El abrazo intercede por ti si permites que el momento se extienda: te dejas leer a través de él. Muestras lo que surge porque un abrazo así nos abre, devela. Y abrazas el cansancio de otros cuerpos, la alegría, el desfallecimiento. El abrazo no acepta la practicidad y rapidez que mata el alma.
El sonido del viento te abraza con su membrana sonora al inicio de cada amanecer, la que mueve el pelaje de tu perro, y lo convierte en antorcha siseante. Es a través de él como las aves llegan en una parvada oscura moldeada por el frenesí. De un lado a otro, con su vuelo, abrazan tu mirada: su fin es ser un bálsamo. Y cada vez que se posan decenas de ellos sobre los árboles, los envuelven y estrechan también.
Tiempo, tiempo para recordar un abrazo que no diste y decir y escribir sobre él, pues el abrazo prefiere la profundidad de otros cuerpos —sus dolores, sus fuerzas—, nunca el poder, nunca la farsa de ser invencibles ni la vanidad que todo lo empaña. Como lo dice Eduardo Galeano en su poema “Nosotros”: Nosotros tenemos la alegría de nuestras alegrías / Y también tenemos / la alegría de nuestros dolores / Porque no nos interesa la vida indolora / que la civilización del consumo / vende en los supermercados / Y estamos orgullosos / del precio de tanto dolor / que por tanto amor pagamos. // Nosotros / tenemos la alegría de nuestros errores, / tropezones que muestran la pasión / de andar y el amor al camino, / tenemos la alegría de nuestras derrotas / porque la lucha por la justicia y la belleza / vale la pena también cuando se pierde. // Y sobre todo tenemos la alegría de nuestras esperanzas / en plena moda del desencanto, cuando el desencanto se ha convertido / en artículo de consumo masivo y universal. // Nosotros / seguimos creyendo / en los asombrosos poderes del abrazo humano.
Las aves abrazan en el cielo la esencia del espacio. Sus alas, en su fina estructura, nos dicen: abrazos y alas tienen el mismo propósito. Dar vida a una forma de contemplación del propio cuerpo que, en el vuelo, se olvida de sí. Como en este acto de fragmentar el ser después de comprenderlo, gesto que realiza el escultor sanmiguelense Juan Luis Potosí, en sus obras es posible volar dentro y fuera de la materia. En una de ellas, debajo del rostro de mujer enmarcado por un círculo de metal, ornamentado por exclamaciones de la misma aleación, él ha escrito: “Mirarme en tus ojos de diosa para descubrirme incompleto, infértil, infame”. Como los rostros atraviesan su obra, las alas son igualmente símbolos para el artista, “herramientas para el ensueño”, donde la arcilla y el metal integran la ligereza del plumaje. Oh levitación de lo sólido.
El abrazo inicia con los cuerpos recién nacidos, como en las alas pequeñas de las aves. En su estructura incipiente: su húmero delgado sostendrá el par de huesos que le siguen y el resto de sus dedos, donde nacerán alas para un día abrazar el aire, y realizar el “vuelo suspendido”.
Y en ese vuelo en suspensión que es el abrazo, adviertes qué tanto hay en ti de esos sueños que estrechaste. Qué tanto posees del vacío que percibiste en ese abrazo. Si no das tiempo al abrazo del agua, del viento y del cielo —a través del vuelo de las aves—; si no das tiempo a ese abrazo donde se gesta lo que debe de gestarse, siendo así, ¿qué llevarás de ese abrazo a tu propio cuerpo?
Hoy, como todos los días, el viento se ofrece para ti y para mí.
AQ / MCB