El arquitecto alemán Mathias Goeritz (1915-1990) encontró en México el terreno fértil para desarrollar su revolucionaria mirada artística. Pionero en educación visual, el pintor y escultor llegó al país en 1949 junto con su esposa, la fotógrafa Marianne Gast, para dar clases en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara (UdeG).
Ese mismo año falleció el muralista mexicano José Clemente Orozco y, en su honor, Goeritz realizó una escultura que entregó a Jorge Matute Remus, rector de la UdeG, quien decidió colocarla temporalmente en el paraninfo de la institución.
Inesperadamente, la pieza tallada en madera fue sustraída del campus sin que nadie pudiera hallar pistas del autor del robo. A través de los canales de difusión universitarios, el rector demandó la devolución de la obra. Para sorpresa de la comunidad estudiantil, al día siguiente la pieza fue llevada en un taxi a la casa de Matute Remus. Cuando el funcionario llamó a Goeritz para darle la noticia, el escultor solo contestó: “Tú consérvala”.
Durante décadas, la identidad del ladrón permaneció en el anonimato. Tiempo después, cuando Goeritz ya había muerto, el fotógrafo tapatío Juan Víctor Arauz le confesó a Elena Matute Villaseñor, hija del político tapatío, que él había robado la pieza. La anécdota es relatada por ella en un emotivo texto en el que evoca la estadía del artista alemán en Guadalajara y detalla la personalidad de quien se volvería un amigo cercano.
Elena Matute es una de las plumas que acompaña la obra editorial Mathias Goeritz, en tres tomos, publicada bajo el sello Putnam & Smith Publishing Company por iniciativa del arquitecto mexicano Javier Senosiain (1948), quien fue alumno y convivió con el creador que redefinió la estética urbana en México.
En entrevista con Laberinto, Senosiain, uno de los máximos exponentes de la arquitectura orgánica, cuenta que fue la admiración y el cariño hacia el prolífico artista, quien además ha sido una gran influencia en su desempeño profesional, lo que lo llevó a adquirir la fototeca conformada por más cuatro mil imágenes, que ahora pone a disposición del público a través de esta colosal edición que da cuenta de la práctica artística, así como de la extraordinaria vida del autor de obras icónicas como el Museo Experimental El Eco y las Torres de Satélite, en colaboración con uno de los arquitectos mexicanos de mayor renombre, Luis Barragán (1902-1988).
Goeritz no solo contribuyó al desarrollo del arte moderno en México. Su influencia en las aulas y como precursor de conceptos vanguardistas como la “arquitectura emocional” han marcado a muchas generaciones de urbanistas y artistas. Uno de los objetivos de Senosiain al realizar esta compilación es conectar ese legado con nuevas generaciones, “para que la obra plástica de Goeritz continúe dialogando con los jóvenes estudiantes de arquitectura y de otras disciplinas afines al arte y la cultura”, afirma el autor de la obra Nido de Quetzalcóatl.
No es fortuito que Senosiain haya seleccionado una firma internacional como Putnam & Smith Publishing Company, con sede en California, para esta publicación. Su propósito es contribuir a que el legado de Goeritz se siga reconociendo también fuera de México. La admiración del arquitecto mexicano por el también escultor y pintor lo ha llevado no solo a conformar una colección de piezas escultóricas realizadas por Goeritz. En su quehacer artístico, es evidente la continuidad de su visión artística.
Los tres tomos —Producción plástica, Obra monumental y urbana y Mathias, la persona—, que pueden comprarse de manera independiente o en conjunto, recorren prácticamente la totalidad de la intensa producción artística de Goeritz, con imágenes inéditas y textos de especialistas cercanos a él como Leonor Cuahonte, Daniel Garza Usabiaga y Elena Matute.
La fototeca
Poco antes de morir, el maestro alemán entregó su acervo fotográfico de obra y personal a la doctora en Historia del Arte Lily Kassner bajo la promesa de que con ese material publicaría un libro que funcionara como catálogo razonado, relata Senosiain. Para su difusión, la también crítica de arte prestaba con regularidad parte de ese acervo para exposiciones o libros, al tiempo que estaba en busca de alguna institución que se interesara en adquirir ese legado. Por desgracia, murió sin lograr ese cometido. Tras su deceso, los hijos de Kassner continuaron la tarea y solicitaron a Ricardo Suárez, investigador especializado en la obra de Goeritz, ordenar el archivo de manera sistemática.
El arquitecto Senosiain, quien conocía ese legado y había tenido un par de encuentros con Lily Kassner, no pudo resistirse ante tal riqueza artística e histórica y adquirió, junto con la fototeca de su maestro, la responsabilidad de realizar el sueño de publicar el archivo fotográfico. “Gracias al compromiso de la doctora Kassner y de su familia estas imágenes se han conservado en México para su estudio y consulta, pero también para su disfrute”, sostiene.
Este ambicioso proyecto implicó un intenso trabajo de revisión y clasificación. “Con base en la clasificación de Ricardo Suárez, se seleccionaron 4 mil 702 fotografías y se ordenaron por temáticas para facilitar el seguimiento cronológico y ofrecer una mejor comprensión de los intereses del artista. Los tres tomos reúnen la mayor parte de la fototeca”, comenta el catedrático de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.
El primer tomo, Producción plástica, incluye un texto en el que Suárez Haro describe la complejidad de la catalogación. El investigador recibió cinco cajas con el material en tal desorden que lo describe como un laberinto. “Armar el rompecabezas” le tomó alrededor de seis meses.
“Aunque la mayoría de las fotografías tenían el título en español, también los había en inglés, unas pocas en alemán y una que otra en francés. En algunas era evidente el puño y letra de Mathias Goeritz, en otras de Marianne Goeritz, algunas de los propios fotógrafos y otras más con la letra de la doctora Kassner”, relata Suárez.
“Los tamaños de las fotografías estaban en todo tipo de formato, desde las micro, de uno por dos centímetros, minis y tamaño pasaporte, hasta de cuatro por seis pulgadas, media carta o tamaño oficio; incluso, existían formatos profesionales, incluyendo en este último algunas imágenes de las Torres de Satélite y del Espacio Escultórico”.
Este primer tomo documenta de manera visual la evolución del artista desde sus primeros dibujos y acuarelas hasta sus esculturas abstractas y monumentales, revelando sus procesos de experimentación, su interés por la espiritualidad en el arte y una faceta de su personalidad que plasmó en sus obras: su carácter lúdico.
La historiadora del arte Leonor Cuahonte, autora del libro El eco de Mathias Goeritz, conocía desde hace décadas esta fototeca que consultó en diferentes ocasiones. Sobre esta compilación realizada por el arquitecto Senosiain, escribe en Producción plástica: “El trabajo de los investigadores e historiadores del arte, apasionante sin lugar a dudas, no es siempre fácil. Encontrar pistas, consultar archivos, añadir un nuevo dato es siempre un gran avance y una enorme satisfacción. Más aún cuando se tiene un gran número de documentos reunidos en un solo tomo y a disposición de todos. Contar con este importante acervo fotográfico de la producción plástica de Mathias Goeritz es extremadamente valioso”.
De la obra monumental a la intimidad del creador
La obra monumental del arquitecto que, en palabras de Senosiain, “convirtió el horizonte citadino en una galería al aire libre”, es revisitada en el tomo Obra monumental y urbana.
Javier Senosiain recuerda su época de estudiante en la UNAM, cuando Goeritz estimulaba la creatividad de sus alumnos, así como su manera de concebir el arte, vinculado a la espiritualidad y a la experimentación.
Además de apreciar el proceso creativo, las ideas plasmadas sobre papel y las maquetas, las imágenes del segundo libro muestran el contexto histórico y los avances sociales y tecnológicos que impactaron en la obra del revolucionario artista.
Daniel Garza Usabiaga, director del Museo del Palacio de Bellas Artes, escribe que este tomo destaca la naturaleza colaborativa de esos proyectos de largo aliento. “Goeritz participó con otros artistas y, mayoritariamente, con arquitectos como Abraham Zabludovsky, John Lautner, Juan Sordo Madaleno, Teodoro González de León, Ricardo Legorreta, entre otros”, dice el historiador de arte.
Por otra parte, el tomo tres, Mathias, la persona, ofrece al lector la oportunidad de conocer la intimidad de quien replanteó la relación entre el arte, la arquitectura y las emociones.
Las imágenes revelan momentos íntimos de Goeritz, como en la que aparece con su madre en Alemania. Algunas otras de su niñez o de su estancia en Marruecos y en España, así como fotografías con familiares y amigos cercanos en México. Asimismo, figuran personajes de la escena artística como los arquitectos Luis Barragán y Pedro Ramírez Vázquez; los pintores David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Chucho Reyes y José Luis Cuevas; el escultor británico Henry Moore o la escritora Pita Amor. Por su valor histórico, resultan igualmente atractivas las imágenes que capturan a personajes de la política nacional con los que Goeritz coincidió en ciertos momentos, como el procurador Ignacio Morales Lechuga o el presidente José López Portillo.
Generosamente universal, Goeritz hizo de México su patria. Su convivencia no se limitó a artistas o funcionarios. Así lo revelan fotografías entre las que destaca un collage firmado por Ignacio Castillo en 1981, con el siguiente pie de foto: “Mathias, ‘El Güeris’, con Rubén Olivares El Gran Púas”.
La intervención de quienes se consagrarían como grandes nombres de la fotografía en México es otra invaluable contribución de esta fototeca. Un número considerable de imágenes fueron tomadas por Marianne Goeritz. Otras son de la autoría de Kati Horna, Enrique Bostelmann, Armando Salas Portugal y Rogelio Cuéllar. De igual forma, se incluyen imágenes captadas por fotógrafos extranjeros.
Para Senosiain, “las experiencias personales son los hilos que tejen la trama del arte. La parte privada del artista —sus conversaciones con amigos, sus reflexiones en soledad, sus frustraciones y triunfos personales— tiene un valor incalculable. La intimidad del proceso creativo puede ser tan rica como la obra finalizada, y conocer estas facetas permite una conexión más profunda entre el artista y nosotros, su público”, asegura.
“Al final, entender a un artista como ser humano invita a ver su obra desde una perspectiva más rica y matizada”, reitera el alumno que cumplió el sueño de su maestro.
AQ / MCB